Cuando en el año 2000 en México celebrábamos la culminación del cuarto intento democrático que hemos tenido, puse cierta atención en lo que ocurría en Venezuela. Siempre me pareció que Hugo Chávez (que había intentado un golpe de Estado como Hitler en 1923) era un populista dictatorial.

Bastaba con verlo y oírlo para percatarse de ello. Pero los venezolanos votaron democráticamente por él y ahora pagan las consecuencias de ello (como quienes votaron por AMLO en 2018).

Además, Chávez adoptó el modelo del Socialismo del Siglo XXI (coloquialmente conocido ya como bolivarismo) incluido en el Foro de Sao Paulo. En sus documentos se recomienda buscar el poder por la vía democrática, pero de inmediato y en lo lo posible, destruir la “democracia burguesa” para sustituirla por una “democracia popular” (es decir, una dictadura en nombre del pueblo; yo ya no me pertenezco).

Desde luego, pensaba yo en esos años que si la oposición venezolana no se organizaba y se unía de inmediato para evitar la prolongación de Chávez, después sería tarde. A una dictadura, aunque simule elecciones democráticas, es casi imposible derrotarla porque ya controla todas las instituciones.

Y en efecto, la oposición no hizo lo que debió y le dio tiempo a Chávez para consolidar la dictadura que ya lleva 25 años y, por lo que vimos el domingo, podría prolongarse más.

Hace semanas empecé a ver en mesas y noticieros extranjeros que se venía una gran ola ciudadana, claramente mayoritaria y decidida contra la dictadura. Y trascendió que Maduro estaba explorando la posibilidad de un acuerdo que le permitiera impunidad y exilio seguro. Es decir, apareció una ciudadanía fuerte y harta, y que se decía dispuesta a todo para echar abajo la dictadura.

Eso me hizo pensar que quizá Maduro calcularía que, ante esa avalancha, le convenía más dejar el poder y disfrutar en algún país su fortuna de millones de dólares. Pero los políticos enfermos del poder no pueden dejarlo; es lo que les da sentido a su vida. Me hice la pregunta de si los venezolanos estarían dispuestos a enfrentar al Estado, arriesgando su vida, en su determinación de derrocar la dictadura (como hicieron los albaneses hace años), en caso del probable fraude madurista.

Supongo que no es fácil arriesgar la vida por una causa, por valiosa que uno la considere. Pero vemos que los demócratas venezolanos están dispuestos a todo, y se han movilizado como nunca.

Y el "baño de sangre" con que amenazó Maduro a su país ya empezó. Ya hay varios casos. Y puede profundizarse. La incógnita es si Maduro podría imponerse, al costo de muchas muertes, o las condiciones se le van volteando, lo cual creo más probable.

Lo ideal es que alguna asociación internacional, con el acuerdo de las partes, deje en una comisión de expertos imparciales (de otros países) la revisión de actas, pruebas, números, y haya el compromiso de acatar su veredicto.

Pero no creo que acepte Maduro, al menos no tan fácil. Para los dictadores, el poder ante todo. Ahora bien, si se ve perdido, podría pedir impunidad para exiliarse, cosa que quizá los opositores podrían conceder para evitar lo que puede derivar en una guerra civil.

En México, sabemos que muchos morenistas (si no es que todos) son bolivarianos y por su puesto avalan el magno fraude de Maduro. Eso expone con claridad lo que son: antidemócratas, prodictaduras, aunque no lo reconozcan.

El problema es que en México estamos caminando por esa misma ruta. La situación actual me recuerda la que vislumbré en los años 2000 en Venezuela: una oposición debilitada que permite que Morena se consolide como una dictadura: sí, como la de Maduro (al margen de las diferencias económicas que evidentemente hay entre ambos países). Si se confirma la mayoría calificada de Morena, muchos ya no veremos su caída, ni un nuevo intento democrático.

Analista. @JACrespo1

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