Durante dos años Enrique Peña Mantuvo una popularidad no muy elevada, pero estable. Logró sacar varias reformas estructurales bienvenidas por buena parte de la población, y no se diga la prensa internacional que lo puso por las nubes (como a Salinas de Gortari, en su momento). De pronto, todo se desplomó; por un lado, y más importante, fue el asesinato de los estudiantes de Ayotzinapa, pues si bien no fue una orden que viniera del gobierno federal, así lo hicieron creer diversos grupos y personajes (que al no encontrar pruebas, ya no saben qué hacer, sino seguir pateando el bote). También apareció la famosa “Casa blanca” que la propia esposa de Peña exhibió en revistas del jet set. Surgió la acusación, no descabellada, de que ahí había un conflicto de interés. Por más que el gobierno intentó aclarar lo que pudo, quedó la idea de que se trataba de un movimiento sucio (hasta la fecha).

Muchos han hecho la comparación de ese episodio con la casa de Houston de José Ramón López y su esposa. Se asume, al menos como hipótesis, otro conflicto de interés, influyentismo, etc. No tengo elementos como para saber si hay ahí algo legalmente chueco o no. Quizá lo investiguen en Estados Unidos (aquí, desde luego no). Pero resulta de cualquier forma un golpe en otro plano muy caro para AMLO: la moralidad. Recordemos que ese ha sido un estandarte desde siempre; el Tsuru, su departamento cerca de CU, ropa sencilla, 200 pesos en la cartera. Logró que la gente en general confundiera la austeridad (real en aquel entonces) con la honestidad. No son lo mismo; se puede ser honesto y ostentoso, o austero y tramposo. De hecho, cuando AMLO presumía su austeridad, cobraba el “diezmo” a los empleados del gobierno capitalino, lo cual es un delito (hoy desdibujado e ignorado).

Volviendo a la moralidad, Amlo anunció su nuevo partido como uno formado sólo por gente comprometida con el país, que no buscaría cargos de poder, y por supuesto impecable moralmente. El partido tendría que ser un “referente de moralidad”, o no valía la pena hacerlo. Afirmaciones risibles; y justo muy pronto empezó a perdonar a pillos y corruptos de distintos partidos a cambio de su entera lealtad personal. Lo de la moral era demagogia, lo cual no debe extrañar; Maquiavelo (y otros) no conciben la política sin faltas a la moral, de uno u otro tipo. Pero en lo que hace a casas lujosas, tuvo la ocurrencia AMLO de imitar a Lázaro Cárdenas; dejar el lujoso castillo para irse a una sencilla casa en Los Pinos. AMLO consideró que Los Pinos ya era demasiado lujoso, por lo que ofreció irse a una modesta casa cerca del Zócalo; de pronto cambió y mejor se fue a Palacio Nacional, sencillo y austero como es.

Y en los lujos de los ricos (casas, coches, relojes, zapatos), el tema rebasaba la mera legalidad, pues muchos que han hecho dinero sin trampas se dan ese tren de vida. Algo había que hacer al respecto; condenar moralmente ese tipo de vida: “No sólo es no robar, es, además de no robar, ser consecuente, es decir, actuar con principios, con ideales.” Decía. De ahí también la insistencia en que la felicidad se halla en el buen comportamiento y la sencillez, no en los lujos externos, el dinero o los bienes materiales.

El primer golpe a esa mística vino de César Yáñez, cuya boda fue de revista (literalmente). Recién ocurrió también con Santiago Nieto, y cada vez más, con los vástagos del presidente (cuyas fotos en vehículos de lujo y lugares espectaculares circulan por todos lados). Pero el caso de Houston lleva además la sospecha de algo chueco. En todo caso, así como a Echeverría no le hacían caso ni sus nietos, en este tema simplemente nadie a AMLO, ni sus hijos. Saben que es parte de su demagogia pero que no es para tomárselo en serio. De tal forma que AMLO y Morena se acercan ya también al estatus de “moralmente derrotados”. Empate técnico.

Analista.
@JACrespo1