A lo largo de su campaña, y desde que ganó la presidencia, López Obrador habla de vez en vez de que México será una “República Amorosa”, predica el amor al prójimo y la fraternidad universal, y apunta que la transformación social consiste también en provocar una “revolución de las conciencias”. ¿A qué se refiere con eso de una revolución de las conciencias? Básicamente, a una transformación interior de cada ciudadano que le permitirá deshacerse de vicios como el egoísmo, el oportunismo, la ambición, el odio, y transformarlos en su contrario: altruismo, generosidad, sencillez y amor.
La visión y proyecto del Presidente son herederos del idealismo político que viene desde los griegos, en particular de Platón con su Rey Filósofo, gobernante moralmente virtuoso que sólo piensa en beneficiar a sus súbditos, y por tanto no existe el riesgo de que abuse de su poder, así sea absoluto. Otras variantes sostenían que no sólo el rey, sino toda la sociedad, podía experimentar tal transformación a partir de tal o cual tipo de organización social y económica.
De ahí surgieron utopías religiosas, pero también algunos pensadores socialistas como Rousseau, Saint Simon, Marx y anarquistas como Bakunin. El resultado, una sociedad idílica de “hombres nuevos” (término tomado de San Pablo con el que se refería a los santos), sin explotación, sin delitos, sin abusos, sin odio, con ayuda mutua, perdón, comprensión y amor de unos a otros. Ese pensamiento sobrevive en distintas visiones y corrientes políticas, en adecuaciones del marxismo tradicional a las nuevas condiciones (sobre todo desde que cayó el muro de Berlín), como por ejemplo el Socialismo del Siglo XXI (que en varios puntos coincide con el proyecto obradorista, aunque matizado).
¿Cómo lograr dicha revolución de las conciencias? AMLO confía en la prédica, el ejemplo y la lectura de catecismos cívicos. Muchas de sus mañaneras se convierten en una homilía cristiana. Además de distribuir la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, se elaboró una Constitución moral que incorpora valores cívicos y personales. También ha hablado del ejemplo de los líderes —en particular el Presidente— sobre los ciudadanos, como una corriente virtuosa que se derrama. El problema con el idealismo en general, y sus derivados, es que parte de premisas sobre la naturaleza humana que históricamente no se corresponden con la realidad.
De ahí que también AMLO sugiera a los delincuentes que hagan caso a sus madres o abuelas, y piensa que tratándolos con deferencia, cambiarán sus armas por tractores. Lo paradójico es que más allá de esos sermones morales, su discurso hacia sus críticos, disidentes y opositores está pleno de odio, rencor, descalificaciones, insultos y calumnias. Es divisivo, polarizador y confrontativo (el que no está con la 4T, está en contra, no hay medias tintas, son traidores a la patria, enemigos del pueblo, etc.). Lo cual se traduce en un permiso a sus seguidores para reproducir (sin cambiar una coma) ese discurso de odio, y también provoca una reacción enojosa del otro lado. No es casual que estos años sean los de mayor división y choque entre las posturas en mucho tiempo (no recuerdo otro semejante en lo que me ha tocado ver). En esa medida el ideal de “República Amorosa” se aleja, y en cambio se vislumbra un creciente enojo y tensión, al menos en los segmentos más politizados, de aquí al final de sexenio. Espero que el nuevo presidente, sea quien sea, busque la reconciliación y la tolerancia.