López Obrador constantemente descalifica con odio a sus adversarios, a los que no piensan como él, e incluso a quienes por años estuvieron cercanos y le ayudaron, pero no siempre coinciden con sus medidas o discurso.
Los mete a todos en el mismo costal de conservadores, hipócritas, racistas, clasistas, corruptos y traidores sin distinción. Eso no obsta para que quienes hayan incurrido desde otros partidos en delitos, abusos e ilícitos (incluso graves), sean aceptados en su partido cuando así lo solicitan.
Su pecado no era incurrir en corrupción sino no estar a sus órdenes. Y AMLO justifica eso en términos religiosos (hay que perdonar) como si religión y política no tuvieran una naturaleza muy distintas (como lo dejó muy claro Maquiavelo, pero también Jesucristo y otros líderes espirituales).
Dice AMLO: “La verdad es revolucionaria, cristiana; la mentira es reaccionaria, es del demonio”. Vaya visión para estar en pleno siglo XXI. Comparte con las religiones la idea de que cualquier hombre puede alcanzar un estado de “hombre nuevo” (San Pablo), que será altruista, entregado, dadivoso, misericordioso, empático y solidario con los demás.
La diferencia es que todas las religiones dicen que eso es posible a partir de un proceso interno estrictamente, al margen de las condiciones sociales, y pocos lo logran. Parten de que el hombre es egoísta y ambicioso porque deben conocer la parte oscura de la existencia (Ying-Yang), y avanzar a lo bueno, lo luminoso, como el hijo pródigo del Evangelio.
Pero AMLO y otras corrientes idealistas en cambio creen que el hombre es bueno por naturaleza (sin su parte oscura) y son las condiciones sociales las que los hacen malos y egoístas.
La solución no está en un proceso de concientización y trabajo interno, sino en la construcción de un orden social que llevará en algún momento a toda la humanidad a alcanzar ese nivel de “hombres nuevos”, pero a nivel masivo.
Lo creía Rousseau y tambien un seguidor de él: Carlos Marx. Pero también otros socialistas utópicos y anarquistas como Bakunin. Lo que cambiaba era el tipo de organización social para conseguir ese propósito. Paradójicamente, el fascismo y el nacional-socialismo también creían en la formación masiva de un “hombre nuevo”, pero tenían su método particular para lograrlo.
El problema con el idealismo es que al tratar de llevarlo a cabo suele terminar en dictaduras, persecución y matanzas. Pero AMLO se siente orgulloso de su propio idealismo. “Siempre existirán los señalados como idealistas, locos, soñadores, mesiánicos o simplemente humanistas que buscarán el triunfo de la justicia sobre la codicia y el poder”.
Dice que el hombre es bueno, pero hace falta un orden social, tipo la “4 T”, para que resurja su bondad inherente. Históricamente no ha sido así, pero quienes así piensan se presentan como superiores frente a los malvados que asumen al hombre como esencialmente egoísta e individualista (Maquiavelo, Hobbes, Locke, Voltaire, Hamilton, Jackson, etc).
Es frecuente que tras un discurso de odio e intolerancia para quienes difieren de él, AMLO apele a valores religiosos de fraternidad, paz, tolerancia y perdón. Es la contradicción misma.
Dicen quienes lo conocen desde joven que él no es católico, sino que proviene de una de tantas corrientes cristianas pre-católicas que llegó eventualmente a América, y cerca de Macuspana fundó un pequeño pueblo llamado “Belén” (que sigue existiendo), donde realmente nació AMLO.
Quizá eso tenga algo que ver con su autoimagen mesiánica que lo ha hecho compararse varias veces con Jesucristo. Tiene una idea de Jesús parecida a la del socialismo-cristiano. Jesús no era iluminado sino un luchador social a favor de los pobres y la igualdad social.
Por eso, insiste, AMLO, lo persiguieron y mataron (no por razones de dogma religioso). De ahí en parte la contradicción de haber llamado a su hijo menor Jesús (Cristo)- Ernesto (Guevara); un maestro espiritual bondadoso y pacifista al lado de un revolucionario asesino.
Analista.
@JACrespo1