¿Puede una democracia cancelarse a sí misma? ¿Puede, por medios democráticos, desmantelarse para dar paso a algún tipo de autoritarismo?

En otras palabras, ¿puede suicidarse? Sí, aunque para mucha gente eso sería una contradicción, y piensan por tanto que eso no sucede.

Incluso, podría ocurrir sin que sea ese su propósito, como si alguien se dispara creyendo que la pistola no tiene balas.

Normalmente, la mayoría de la gente piensa que una democracia puede ser derrumbada, desmantelada o destruida a partir de medios no democráticos; un golpe de Estado, el autogolpe de un presidente en el poder a través, por ejemplo, de disolver el Congreso (sin facultad para ello), apoyarse en el Ejército para concentrar el poder, o bien con una revolución o guerra civil, que terminen destruyendo la democracia y dando lugar a un régimen autoritario.

Ejemplos de esto hay muchos en la historia. Pero también hay casos de lo que podríamos llamar una “autodestrucción” de la propia democracia.

Los griegos clásicos lo advirtieron. Decían que una democracia, que implica que puede votar quien tenga carácter de ciudadano para elegir a sus gobernantes, podría emitir su sufragio a favor de un hombre cuyo propósito no sería respetar y fortalecer esa democracia sino, por el contrario, desmantelarla para ejercer el poder de manera absoluta, unipersonal, sin límites ni contrapesos; un demagogo, le llamaban.

Y es que, en efecto, quienes cuentan en una democracia con cierto grado de poder más allá de ciertos límites, pueden en efecto ir tomando medidas para eliminar o debilitar las condiciones institucionales de una democracia y concentrar el poder en sus personas (o partido).

Suelen justificarlo en términos también democráticos o populares, como sería proponer un nuevo arreglo para combatir la corrupción, pero que en realidad le dará al demagogo el control de ciertos contrapesos institucionales.

E incluso puede buscar el apoyo de mayorías ciudadanas para que no quede duda de que la decisión es democrática (mayorías que creen en sus argumentos, su discurso, sus propósitos expresos, sin ver cuál es el verdadero objetivo de dichas políticas. De esos abundan).

Pero pongamos un ejemplo extremo de cómo, democráticamente, se puede destruir una democracia por completo:

Supongamos una democracia electoralmente funcional con tres partidos: A, B, y C. Los dos primeros han gobernado mal o con abusos, y el tercero es nuevo y promete ser mucho mejor (al menos eso dice).

En elecciones, libres, limpias y equitativas, el 100 % de los electores, cansados de A y B, votan de manera convencida –y autónoma- por el partido C. Fue una decisión democrática sin duda, pero en automático se traduce en un sistema de partido único, pues A y B han desaparecido, y sólo queda C.

Pero no fue impuesto por la fuerza; así lo dispusieron los ciudadanos libremente en las urnas.

Se destruyó la democracia democráticamente. Guardadas las distancias, eso ocurrió en Venezuela en 1989.

Pero también en México vamos por ahí. En 2018, quienes votaron por AMLO le dieron un cuchillo para, poco a poco, ir desmantelando la democracia, si bien no era ese el propósito del votante (o no de la mayoría).

AMLO no lo hizo de inmediato pues no era posible, pero sí pudo dar algunas puñaladas por aquí y por allá, y crear una exitosa Elección de Estado que convirtió al cuchillo en un enorme hacha, que ya empezó a utilizar con toda fuerza.

Muchos de quienes votaron por Morena en 2018 no tenían claro esas consecuencias, pues no creían que AMLO fuese un potencial dictador.

A otros no les importa, y otros sí quieren destruir la democracia (burguesa), y lo dicen abiertamente.

Así pues, están ya puestas las condiciones para un retorno a un nuevo partido hegemónico (no idéntico al PRI, pero muy parecido, incluso peor) que se irá fortaleciendo en estos años.

Veamos en todo caso cómo vienen las diversas reformas (que no se ven nada bien).

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