En su megalomanía, AMLO definió su proyecto como “Cuarta Transformación” comparándola con las tres gestas de nuestra historia; Independencia, Reforma y Revolución. Se trataba de instaurar un nuevo régimen, decía. Pero si hablamos de un cambio real de régimen, la verdadera Cuarta Trasformación fue la que se realizó entre 1982 y 2000. Salinas hizo algunos cambios limitados que prepararon el terreno a un cambio real en materia política. A partir de ellos, Ernesto Zedillo profundizó en serio la democratización, sobre todo con la reforma de 1996, cuyos propósitos esenciales fueron dar autonomía al IFE y poner un límite del 60% de curules (300 de 500) de modo que la fuerza gobernante no pudiera cambiar por sí misma la Constitución (requisito indispensable de la democracia). Tan fue real el cambio, que el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta (la calificada la perdió en 1988) Y abrió la puerta a la primera alternancia pacífica de nuestro país. ¿No fue ese un cambio sustancial de régimen?
De modo que el cambio de régimen ofrecido por AMLO es en realidad la Quinta Transformación, en la medida en que pretendía echar abajo la anterior, es decir, la Cuarta. Deseaba sustituir la democracia liberal por la social, es decir, un régimen autocrático avalado por el pueblo, de modo que las decisiones arbitrarias del caudillo (así sean absurdas), se presenten como la voluntad del pueblo. Para eso había que terminar con lo que caracteriza la democracia liberal (contrapesos, y vigilancia mutua, así como evitar que una misma fuerza pueda cambiar la Constitución por sí misma). Y después de varios ataques, al fin lo logró, con ayuda de ciudadanos que no les importa la democracia, o incluso que añoran el autoritarismo.
El propósito en 2024 era conseguir la mayoría calificada para la coalición gobernante, y poder a voluntad y por sí misma modificar la Constitución (el plan C). Un elemento que anula la esencia de la democracia. A partir de ello, se pueden seguir eliminando o controlando todos los frenos y equilibrios como se planea hacer. El resultado será un nuevo régimen autoritario, mezcla del viejo PRI y de las dictaduras bolivarianas del Foro de Sao Paulo (al que Morena pertenece).
Pero resulta que el electorado no le dio mayoría calificada a Morena, sino 55% del voto (que no es el 66% requerido). Y la sobrerrepresentación del 8% no alcanzaba para eso. Había que hacer una trapacería legal. Que el propósito de la reforma de 1996 era impedir una mayoría calificada a la fuerza gobernante quedó claro en su exposición de motivos y en el Cofipe, que decía: 59- “A la coalición le serán asignados el número de senadores y diputados por el principio de representación proporcional que le corresponden, como si se tratara de un solo partido”.
Pero resulta que en la reforma de 2014, en la nueva ley (LEGIPE), en lugar de eliminar toda sobrerrepresentación (ya era tiempo), los legisladores no cuidaron la identificación entre coalición y partido, como el Cofipe, y dejaron sólo la palabra partido. Lo cual fue aprovechado ahora por Morena y sus vasallos en el IFE para darle mayoría calificada, enterrando la reforma de 1996 y por tanto la democracia. Con todo, el INE cometió un fraude Constitucional; el artículo 54, correspondiente al reparto, fue interpretado con doble vara; coalición para la fracción I y partido para las demás, pues es lo que convenía a Morena. El TEPJF podría corregir tal violación, pero dado que Morena se encargó de controlarlo, es más probable que la ratifiquen. Así, la 5 Transformación (autoritarismo bolivariano y vuelta al partido de Estado), habrá derrotado a la 4 Transformación (democracia, pluralismo, posibilidad de alternancia, autonomía del INE y el TRIFE, y evitar que la fuerza gobernante pueda cambiar por sí misma la Constitución). Es casi seguro que AMLO habrá logrado sus intenciones autocráticas que heredó del viejo PRI cuando ingresó en 1972.
Analista. @JACrespo1