Desde antes de la elección misma varios analistas y empresarios advertían con temor que López Obrador nos llevaría por una senda de socialismo-autoritario, como el venezolano. A mí tales temores siempre me han parecido exagerados; creía en cambio –y lo sigo haciendo– que las políticas de Amlo y su estilo de gobernar nos llevarán a una situación algo peor que la que teníamos (en temas centrales), pero no a una catástrofe. Con todo, hemos visto avanzar las posturas de los duros del obradorismo; salen moderados del gobierno, o son ignorados, y llegan otros con perfil ideológico radical, como la nueva encargada de la Tesorería, sin preparación para ese cargo, formada en el marxismo tradicional y estancada en los años setenta. Quizá esa sea también el destino de la SEP.
Recordemos en todo caso que el Foro de Sao Paulo, al que Morena pertenece desde que surgió, plantea un proyecto de inspiración social-populista que en algunos temas sí se podría aplicar en México. ¿Qué dicen sus documentos? En primer lugar, como cabía esperar, dice; “Hoy el neoliberalismo es un arcaísmo que lo estamos botando al basurero de la historia, de donde nunca debió haber salido”. Se trata de implantar un modelo distinto, más justo social y económicamente, al grado en que no pueda ser echado atrás sino que arraigue. Las intenciones pueden ser buenas; lo que está en duda son los métodos, como ya lo hemos visto en varios países.
Por otro lado, el proyecto insiste en que se requiere concentrar tanto poder como sea posible, pues los beneficiarios del neoliberalismo intentarán detener o echar abajo el proyecto paulino. Se concibe así a la democracia liberal (“burguesa”) como lo hacía el marxismo; un régimen diseñado para favorecer a la burguesía (u oligarquía, o élites privilegiadas, o los conservadores): “No debemos olvidar que las instituciones de la democracia funcional a los grupos de poder y al imperio en la mayoría de nuestros países, han sido construidas para limitar el ejercicio de los derechos democráticos de las mayorías en función del interés de las oligarquías locales”. Los contrapesos del poder y las instituciones autónomas se ven como un estorbo al proyecto socio-económico, que es lo realmente importante: “Las instituciones (democráticas) se convierten en trincheras de lucha y por tanto, el uso de esos espacios pasa a ser una prioridad estratégica de la lucha mientras el viejo modelo político no haya sido sustituido por el nuevo”. Es decir, desde la oposición los movimientos populares deben aprovechar la democracia, pero una vez conquistado el poder, ésta debe ser sustituida poco a poco por “el nuevo modelo”. ¿Y cuál es el nuevo modelo político? Lo que llaman una democracia popular: “El poder popular se expresa como el control del poder político del Estado, por un bloque histórico de fuerzas populares, que tengan un programa que se proponga las transformaciones estructurales que emanan del estudio de la realidad en cada país […] Aparece como una propuesta y una experiencia en marcha, encaminada a superar la democracia liberal-burguesa, punto de partida de nuestras transformaciones”. ¿Más claro?
La democracia popular implica centralizar el poder en nombre del pueblo: “Cuando hay procesos de cambio de orientación socialista y un sistema político que es pluripartidista, la posibilidad del desarrollo de fuerzas contrarrevolucionarias es obvia, aparecen desde el mismo momento en el que arriban al poder las fuerzas revolucionarias”. El clásico “o conmigo o contra mí”. Por lo cual se requiere “acceder a la influencia y el control de las instituciones públicas del Estado: gobierno, parlamento, alcaldías, poder judicial y electoral, fuerzas armadas; así como la construcción de una opinión pública que dispute la orientación moral e intelectual de la sociedad”. Amlo ha dado ya la lista de instituciones autónomas que le estorban, y tratará de irlas minando porque “no cumplen ninguna función social”. ¿Estamos hoy más lejos, igual o más cerca de ese proyecto? ¿Hasta dónde llegará en este gobierno?
Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1