Muchos disidentes del obradorismo estamos seguros de que, en caso de ganar Xóchitl, López Obrador no lo reconocerá y hará lo que pueda para echarlo abajo.
En cambio, muchos obradoristas piensan que de ganar Xóchitl (escenario que no ven, desde luego) AMLO lo reconocería, pues es todo un demócrata (según ellos). Otros le darían la razón al objetar ese triunfo, comprándole la tesis del “fraude” y la “guerra sucia”.
Yo creo que de ganar Xóchitl con una pequeña ventaja, las probabilidades de que AMLO lograra echar abajo el resultado serían elevadas, aunque ello depende en gran parte de cómo estén las tendencias dentro del TEPJF (al que aún le faltan dos magistrados).
En cambio, creo que un triunfo amplio de Xóchitl, aunque no fuera reconocido por AMLO, no podría ser suprimido; muchos anti-obradoristas están seguros de que en tal caso AMLO incurriría en un golpe de Estado con respaldo del Ejército.
Yo no, y no porque no lo deseara AMLO, sino porque creo que el Ejército no se prestaría a ello (por diversas razones).
Recientemente, el Presidente incluyó en su discurso la acusación de que sus adversarios preparan un “golpe técnico de Estado”.
En realidad, eso siempre ha estado en el discurso obradorista. Recordemos cómo los padres de hijos con cáncer, o de las madres buscadoras, o de familiares de víctimas de la violencia han sido acusados de abonar a un “golpe blando”.
Es típico del populismo (de todo signo), inventar conjuras y complós en sus adversarios, para intimidarlos, justificar sus fracasos, acusar fraude en caso de perder comicios, o en el extremo, recurrir a la fuerza pública en su contra.
Es un instrumento muy útil en regímenes no democráticos o que pretenden desmantelar la democracia.
Así, para los populistas autocráticos cualquier movimiento de opositores y críticos, incluso los permitidos por la ley en una democracia (como formar una coalición y desplegar denuncias y críticas al gobierno), son vistos como una conjura ilícita con miras a derrocar al gobierno.
De ahí que en la narrativa de AMLO y repetida por sus corifeos, siempre aparece el fantasma de la conjura y el golpismo, al grado incluso de comparar a los actuales críticos y disidentes con los que prepararon y apoyaron el golpe de Victoriano Huerta contra Francisco Madero (desde luego, AMLO es Madero y nosotros los huertistas).
Ahora, en pleno proceso electoral, surgen las “campañas negativas”, que existen en toda democracia y consisten en concentrar las baterías en las fallas de los adversarios, y errores o incluso ilícitos, si los hay, de los candidatos en concreto.
Pero eso no es ilegal, e incluso, cuando las acusaciones tienen fundamento, ayudan al electorado a conocer mejor a los candidatos, y tomar en cuenta eso en su decisión de voto.
Los obradoristas acusan hoy en la oposición una “guerra sucia”, que en realidad es una campaña negativa, pero omiten decir que Morena está exactamente en lo mismo.
En todo caso, está la injerencia de AMLO en la campaña todos los días, violando la ley que él impulsó después de 2006. Eso sí es ilegal.
Pero que AMLO hable de un “golpe de Estado técnico” por parte de la oposición, implica que está preparando el discurso para, en caso de que su candidata pierda, cuestionar el resultado e intentar echarlo abajo.
Y no es lo mismo acusar fraude desde la oposición (como en 2006 y 2012), que hacerlo desde la Presidencia.
Es algo muy semejante a lo que intentaron Trump frente a Biden y Bolsonaro con Lula, si bien –por fortuna– no tuvieron la fuerza suficiente para, ellos sí, dar un “golpe de Estado técnico”.
Ahora mismo, Trump vuelve a amenazar que si pierde en noviembre, “habrá un baño de sangre” en su país. Entre populistas te veas.