Hace algún tiempo, el entonces consejero electoral Ciro Murayama declaró que el Pueblo no existe, y vino un torrente de críticas y descalificaciones por parte de AMLO y sus feligreses.
¿Cómo que el pueblo no existe, si es el que además le da sustento político al movimiento destructor llamado transformador?
El Pueblo sí existe, desde luego, pero no como lo ponen los distintos populismos históricos (incluido el actual). El pueblo que sí existe es el conjunto de miembros, sin exclusión, de una comunidad política (sea tribu, ciudad estado o Estado Nacional).
Sin embargo, no es homogéneo; hay intereses, ideas y valores distintos y antagónicos. De ahí la necesidad del derecho y un Estado que lo haga cumplir.
¿Entonces, a que podemos referirnos si decimos que el Pueblo no existe? Al uso demagógico que le dan los populistas (y justo por eso se les llama populistas).
Presentan al Pueblo a veces como la parte de menor ingreso económico, más carencias, menos atención por parte de las élites políticas o empresariales que, por ende, no son parte del pueblo, sino sus agresores.
No es así, todos son parte del pueblo, incluyendo a empresarios o grupos de alto ingreso y políticos. Pero también se utiliza el concepto como aquellos que apoyan políticamente al gobierno populista que apela a ese Pueblo.
Y el populismo afirma que el Pueblo tiene un pensamiento homogéneo que concuerda con la ideología oficial, lo que implica que quienes son disidentes, opositores, adversarios o críticos de ese régimen no son parte del Pueblo, sino sus enemigos.
Presumen tales populismos ser el único movimiento realmente interesado en las clases populares, y hacer lo adecuado para que progresen, que tengan mayores oportunidades de educación, salud y trabajo, reciban ayuda económica mientras lo necesiten.
Ideas muy loables si se cumplieran racionalmente, y no gastando el dinero con propósitos clientelares y electorales, quitándoselo a servicios que se necesitan más; salud, educación, seguridad. A la larga, esos experimentos populistas han terminado en rotundos fracasos.
También se utiliza el concepto Pueblo para justificar el desmantelamiento de la democracia, apelando a una voluntad mayoritaria, sin considerar que en una democracia las decisiones mayoritarias (en urnas o en consultas directas) prevalecen siempre y cuando no rebasen el marco legal vigente, y respetando los derechos de las minorías (de todo tipo: político, racial, social, de género, etc).
En cambio, la “voluntad popular” (frecuentemente inventada a través de consultas frudulentas y triquiñuelas) se aplican por encima de esos dos requisitos. Por lo cual hablan de una Democracia Popular, que sustituye a la democracia política (tildada frecuentemente de burguesa, oligárquica, elitista).
Así, la “Democracia Popular” en realidad es una autocracia cuyo Jefe Supremo se considera como el único y verdadero representante de ese Pueblo (de ahí el “Yo ya no me pertenezco” de los líderes populistas).
Muchos libros se han escrito al respecto en los últimos años, pues el populismo se extiende por el mundo (un reflujo democrático). Un autor clave es Jan Werner Müller ("¿Qué es el populismo?" 2017) y cabe recordar algunas de sus ideas al respecto:
“Además de ser antielitistas, los populistas son siempre antipluralistas; aseguran que ellos, y sólo ellos, representan al pueblo […] El postulado de representación exclusiva no es empírico... Cuando están en campaña, los populistas retratan a sus rivales políticos como parte de la élite corrupta e inmoral; cuando gobiernan, se niegan a reconocer la legitimidad de cualquier oposición… No puede haber populismo sin alguien hablando en nombre del pueblo como un todo […] el postulado principal del populismo es que sólo algunos son realmente el pueblo”.
De ahí la pretensión de que el desmantelamiento de la arquitectura democrática en México responde a la voluntad de un Pueblo que, como concepto ideológico, es meramente retórico y no responde a la muy compleja realidad.
Analista.
@JACrespo1