Todos conocen la frase de Porfirio Díaz para justificar su dictadura, pese a ser un liberal: “México no está preparado aún para la democracia”.
Pero no era el único que pensaba que la democracia sería muy difícil de instaurar y consolidar en México (y América Latina, pues compartimos historia y cultura).
Esa era también la idea de los conservadores: después de tres siglos de un régimen autocrático y vertical, se había formado una cultura con ese perfil, por lo que la democracia encontraría enormes dificultades para operar adecuadamente y, sobre todo, para perdurar. Y así ha sido en 200 años de independencia.
Quien sería el primer embajador norteamericano, Poinsett, animaba al emperador Iturbide a adoptar la democracia: éste respondió que la democracia no funcionaría en México por nuestro origen histórico y herencia cultural, muy distintos al de EU. Esa era la esencia del pensamiento conservador.
Paradójicamente, muchos liberales, llamados “puros”, llegaron a la misma conclusión; en México no funcionaría la democracia cabalmente.
Pero su solución no era aceptar un autoritarismo sino irse a vivir a donde ya existiera una democracia. El ejemplo clásico es Lorenzo de Zavala, liberal puro yucateco, que se fue a Texas a ayudarle en su independencia, e instaurar ahí una democracia. Fue su primer vicepresidente. Pero muchos liberales pensaban como él.
Por ejemplo, el gobernador de Zacatecas le escribió a Gómez Farías: “Si como la posición geográfica de nuestro desgraciado estado es tan central fuera limítrofe, siquiera como Chihuahua, habríamos proclamado nuestra independencia y aun nuestra unión a los Estados Unidos.
Sí, nuestra unión a aquella República, porque en la forzosa y dura alternativa de perder la libertad o la nacionalidad, la elección es muy obvia. Texas ha hecho mil veces bien, y lo mismo hará California”.
Y durante la guerra con Estados Unidos, varios liberales pedían a los militares norteamericanos quedarse de una vez con todo el país; de otra forma jamás habría democracia en México, que era su prioridad.
Sólo que en EU muchos pensaban que los mexicanos (8 millones) eran incompatibles con la democracia, y mientras menos se integraran a la Unión Americana, mejor (se quedaron con la parte que sólo tenía 100 mil).
Ya lo había dicho James Monroe años atrás:
“No he visto probabilidad alguna de su capacidad pare establecer instituciones de gobiernos libres.
No es posible fomentar con su ejemplo el espíritu de orden y de libertad, pues carecen de los elementos primarios para constituir un gobierno de esa naturaleza. El poder arbitrario, militar y eclesiástico ha dejado su huella en la educación, los hábitos y las instituciones…”.
En México hemos tenido varios intentos fallidos de democracia; 1824 con Guadalupe Victoria, que terminó en un intento de golpe por parte de Nicolás Bravo; en 1827 el triunfo de Gómez Pedraza fue arrebatado por Guerrero en un golpe, siendo después él mismo asesinado.
El número de presidentes fugaces en ese siglo es enorme. La Constitución de 1857 propició un autogolpe de Estado de Comonfort, seguido de la Guerra de Reforma.
Juárez, al tampoco poder cambiar la Constitución en 1867 a su gusto, gobernó por encima de ella. Porfirio Díaz logró una dictadura formalmente democrática por 30 años.
Tras la Revolución, el intento de Madero duro 13 meses; fue interrumpido por otro golpe de Estado.
Y tras el triunfo del Constitucionalismo de Carranza, vino el surgimiento de un partido hegemónico. Tras 70 años de dominación, al quedar con una legitimidad decreciente, vino un nuevo intento democrático (1990); el más exitoso, más avanzado y prolongado que hemos tenido.
Pero sobrevino el riesgo advertido desde los griegos; una demagogia, cuyo titular utilizaría su popularidad y fuerza para desmantelar la democracia que le permitió llegar al poder.
Igual y todos aquellos que dudaban de las posibilidades de una democracia cabal y duradera en México(y A.L.) tenían razón.