Tras el triunfo de Xóchitl Gálvez como Coordinadora del Frente Opositor, que generó mucho entusiasmo, sobrevino un periodo de indiferencia por esa campaña. Sus adversarios lo atribuyeron a que Xóchitl no era buena candidata, sino un globo que se iba desinflando.
A mí me pareció en cambio algo hasta cierto punto natural; Claudia llevaba dos años informales de campaña, ya con un equipo bastante consistente (aunque haya incorporado nuevos miembros) y con todo el respaldo financiero del Gobierno federal y estatales.
Al quedar como ganadora Xóchitl en el Frente Amplio, era normal que los reflectores se fueran para otro lado, por ejemplo, ¿qué haría Marcelo y en su caso, Movimiento Ciudadano? Pero de eso a que la campaña de Xóchitl se hubiera caído había una gran distancia; más bien es un deseo y propaganda de sus adversarios.
Es verdad que al principio notó improvisación en el equipo, el discurso y los actos, pero por un lado la campaña apenas inicia, y por otro las cosas han mejorado conforme pasa el tiempo. Muy buena idea fue ir a Estados Unidos, y no fue para invitarlos a una intervención militar (como sí lo hizo Juárez), sino para sondear posibles formas de cooperación en varios temas delicados, en caso de ganar. Eso volvió a atraer la atención de su movimiento.
Y las contra-mañaneras o “conferencias de la verdad” también han captado un buen grado de reflectores; ahí la candidata propone, sugiere, responde y contesta las afrentas y mentiras del Presidente, y lo hace con civilidad.
La “Marcha por la democracia” del 18 de febrero reflejó el ánimo y la convicción de miles de que la democracia construida en tres décadas está en peligro, y que la forma de salvaguardarla y fortalecerla es removiendo a Morena.
No fue una marchar para construir una democracia (pues parte de la democracia ya está), sino para defenderla y fortalecerla en lo posible ante los ataques recibidos por Morena.
Si en verdad la democracia no estuviera amenazada, nadie hubiera convocado a la marcha, o en su caso, nadie hubiera ido. Pero son muchos los que se percatan (no toda la población) de que sí existe ese riesgo (pese a no estar en una nueva autocracia … por ahora).
Y ese riesgo no es campaña sucia (o “golpe blando”); los ataques a las instituciones autónomas y la propuesta de removerlas, la confrontación contra la SCJN, los cambios en el TEPJF y la negativa a nombrar a los magistrados faltantes, la declaración de la directora de la CNDH de que debe desaparecer, el Plan C para controlar al Congreso, son suficientes para saber la intención de retornar a un partido monopólico por parte de Morena.
Eso es lo que se quiere evitar con las movilizaciones y sobre todo, con los votos por parte de quienes quieren continuar la democrática.
Está también algo en lo que pocos han reparado; eliminar a los diputados plurinominales —que por varias razones no gozan de mucha simpatía— es facilitar el retorno al partido monopólico.
Es una fórmula de hace 60 años. El partido mayor puede alcanzar una sobrerrepresentación de 30 o más diputados e incluso obtener con cierta facilidad la mayoría calificada. Si votar por el Frente es regresar al pasado, sería si acaso uno de ocho años; Pero votar por Morena es regresar a un pasado de seis décadas.
Y es que cuando hay plurinominales, se reparten de tal forma que cada partido tenga el mismo porcentaje de curules que el porcentaje de votos obtenidos en las urnas (a menos que no logre los votos necesarios para preservar el registro).
En ese equilibrio, difícilmente surgirán mayorías calificadas, habrá mayor equilibrio (y por tanto diálogo y negociación entre los partidos), y los ciudadanos que votaron por su partido preferido estarán representados en el Congreso en proporción similar a su número.
Eso es mucho más democrático, justo y representativo que darle al partido mayoritario muchos más asientos de los que obtuvo en las urnas, como quiere Morena (al fin, el arcaico PRI reciclado).