Las pasiones, la confrontación y desde luego la polarización política generan percepciones y calificativos que pueden o no tener algún fundamento, pero suelen ser excesivas. Eso me parece cuando se califica de “dictador” a López Obrador . También los hoy morenistas se referían a Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto como “dictadores”. Respondía yo que podrían ser presidentes muy por debajo de lo esperado, con errores y abusos, pero eso no los hacía en automático dictadores. Sobre todo, porque el marco institucional desarrollado los últimos 30 años no permiten calificar a nuestro régimen como dictadura, ni siquiera “perfecta”; es una democracia incipiente, insuficiente, mejorable. La hegemonía del PRI terminó en 1997, al perder tanto la capital como la mayoría absoluta en la Cámara Baja, así como el control del IFE. El terreno estaba listo para un sistema competitivo, y la tendencia electoral apuntaba a una alternancia en 2000 (así lo proyecté en el libro ¿Tiene futuro el PRI? 1998).

Pero comparto el temor de muchos colegas que ven un fuerte riesgo de regresión política bajo este gobierno, que podría acercarnos en alguna medida a una autocracia caudillista. Desde 2000 se detectaron rasgos poco democráticos en AMLO (desconocer toda derrota, “al diablo sus instituciones”, “el que no está con el proyecto, está contra él”, etcétera), así como su abierta admiración de Fidel Castro y el Che Guevara; ¿se puede ser demócrata liberal y admirar a tales personajes al mismo tiempo? Otra señal que algunos detectamos antes de 2018 fueron los documentos del Foro de Sao Paulo, agrupación de partidos de la izquierda populista en América Latina, a la que Morena pertenece. En ellos se estipula utilizar la democracia “burguesa” para acceder al poder, y desde ahí ir mermando en la medida de lo posible los equilibrios, contrapesos, instituciones autónomas, etcétera, para concentrar el poder en el caudillo, y llevar a cabo el proyecto de transformación social (con tintes utópicos). El documento acepta que cada país se adapte a las condiciones imperantes, y así decidir el ritmo y gradualidad para dicho proceso de centralización política.

Desde la presidencia hemos visto iniciar la ruta del Foro paulino; la apropiación de la mayoría calificada a partir de tretas y pasando por la Constitución , y el ataque, descalificación y subordinación (o desaparición) de las instituciones autónomas u órganos de control que critiquen o contravengan cualquier decisión presidencial. El intento y justificación de pasar por encima de la Constitución (transitorio “Zaldívar”) y justificar eso por “objetivos superiores” (los del propio AMLO). Desobedecer arbitrariamente las normas que le molestan, y alimentar permanentemente la polarización. Algunos ideólogos se sinceran señalando que el proyecto “cuatroteísta” en efecto requiere de un poder centralizado, argumento propio del pensamiento revolucionario, tanto del socialismo ( URSS , Cuba , China , Nicaragua ), como de las revoluciones “burguesas” (del PRI mexicano), o de experimentos populistas recientes. Claro, a eso no le llaman autocracia sino “democracia popular”.

Yo no considero pues que AMLO sea un dictador, pero sí un potencial autócrata, por su personalidad poco democrática y la ruta emprendida en sentido de concentrar el poder debilitando las instituciones autónomas, la división de poderes y el Estado de Derecho . No creo que lleguemos a la dictadura abierta, pero sí que retrocedamos en buena parte del camino recorrido durante la democratización (desde 1989), que en la medida en que continúe, costará tiempo y esfuerzo de retomar. De ahí la importancia de defender y fortalecer los contrapesos institucionales; para reducir el impacto del embate.

Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1