A Ignacio Marván; buen amigo, gran persona.
Las irregularidades en la elección interna de Morena reflejan nuevamente que ese partido-movimiento no es lo que presumía su fundador; uno sin visos de ambiciones, trampas y deshonestidad en la lucha por el poder. Al fundarlo, declaró López Obrador: “Debemos evitar… caer en los vicios de la mayoría de los partidos políticos, a los cuales sólo los mueve las ambiciones personales y no el interés general… (Morena) deberá ser diferente a los (partidos) existentes; si no, ¿para qué hacerlo? … Morena debe convertirse en un referente moral” (2012). Al menos desde 2018, ha quedado claro que esa era una más de las fantasías (o engaños) de AMLO.
Lo ocurrido el sábado pasado refleja de nuevo que se trata de un partido más, con sus peculiaridades, pero no muy distinto de los demás desde una perspectiva ética. Ha habido cuatro reacciones principales entre los obradoristas en torno a su elección interna: A) Quienes denuncian fraude, demostrando con videos y fotos el acarreo, la compra de votos, la instrucción de por quién debían que votar, que son delitos electorales (graves a partir de este gobierno). De inmediato han sido estigmatizados como traidores, además de que AMLO advirtió la semana pasada que quienes aluden fraude cuando pierden y sólo declaran democracia cuando ganan, no son demócratas (un autogol de los muchos que se anota).
B) Quienes, como Mario Delgado, atribuyen esos ilícitos a personas ajenas al partido (supongo que conservadores, opositores, adversarios probablemente dirigidos por Felipe Calderón o Claudio X. González). Típica pero burda forma de evadir los hechos. Acto seguido, se anuncia su probable expulsión de un partido al que (según Delgado) no pertenecen. C) Quienes reconocen que hubo ilícitos cometidos por obradoristas, y cuando se les cuestiona el carácter de partido inmaculado, responden que el PRIAN defraudaba más, que es verdad que hubo irregularidades pero poquitas, sólo en 3.5 % de centros de voto (doctrina Layín), y que las acusaciones son ciertas, pero se exageran. Pero lo relevante no son los pleitos de cantina, quizá aislados, sino el operativo de acarreo, compra y coacción de votos, y la inducción de por quién votar. Eso no son hechos aislados ni fuera de control, sino claramente orquestados desde arriba.
D) Finalmente, un pequeño grupo de obradoristas que mantiene cierta autonomía de pensamiento, en lugar de esconder, minimizar o atribuir el fraude a agentes externos, lo reconocen y lo ven como algo dañino para la imagen de un partido que se autoerige como ejemplo moral. En esa medida, propone que Morena haga una autocrítica y vea la manera de evitar en lo futuro incurrir en lo mismo que condenaron durante décadas. Lo más probable es que no serán tomados en cuenta, pues tenemos ya varios casos en que Morena desprecia la legalidad, y afirma que se vale pasarla por alto (incluyendo a la Constitución) por una causa suprema, que resulta siempre ser la suya.
Como sea, opositores y disidentes deben tomar eso como un nuevo aviso de lo que probablemente vendrá en los comicios venideros, en 2023 pero desde luego en 2024. López Obrador y su partido harán lo que puedan dentro de los márgenes que nuestro sistema aún permite (legalmente o no) para ganar de nuevo la presidencia. Al fin que se saben impunes, pues la Fiscalía Electoral está en sus manos, justo lo que le criticaban al viejo PRI. La Fiscalía no se irá contra sus correligionarios, que tendrán manga ancha para hacer de las suyas, como lo hemos visto ya varias veces. Se saben impunes.