La semana pasada decía yo que López Obrador se parecería más a Luis Echeverría que a Hugo Chávez. Lo sigo pensando. Pero eso no quita que hubiera también algunas similitudes entre el esquema bolivariano y la “4 T”. Hemos detectado en algunas decisiones de AMLO la directriz desplegada en el Foro de Sao Paulo, de inspiración castrista, pero que fue llevada a cabo puntualmente por Chávez (y ahora por Daniel Ortega).

El modelo bolivariano se concibe a sí mismo como una revolución social (pacífica, por las condiciones vigentes). Pero como toda revolución, le resulta indispensable concentrar todo el poder en lo posible, tanto para llevar a cabo las profundas transformaciones sociales que promueve, como para frenar a los grupos que pudieran oponerse a dichos cambios.

Es por eso que muchos obradoristas de hoy, que lucharon por décadas por impulsar la democracia en e instituciones autónomas en México , hoy las desprecian, las atacan y piden que sean canceladas o reformadas (es decir, controladas por el gobierno). Incurren en aquello que condenaron por años, y adoptan argumentos que en su momento utilizaron los priistas. En el esquema bolivariano, la democracia política sirve para llegar al poder, pero una vez ahí, debe utilizarse el nuevo poder para sustituir la democracia “burguesa” por otra de corte “popular”, es decir, la voluntad del pueblo interpretada por el líder supremo que lo encarna. Por supuesto, esa parte no se dice durante la campaña electoral, sino que se oculta.

Pero está claramente en los documentos del Foro. Parte de su discurso consiste en sostener que la democracia representativa es cosa de élites sociales. Son élites, en efecto, pero políticas, para hacer gobernable al país con ciertos contrapesos. Para el bolivarismo, la única democracia válida es la participativa, donde el pueblo teóricamente toma las decisiones. El truco está, evidentemente, en que la organización de tales consultas, llevada a cabo por el gobierno o su partido, es tal que el resultado termina siendo el que de antemano quería el gobierno. Lo hemos visto ya con las consultas manipuladas sobre el aeropuerto de Texcoco, el Tren Maya , la Cervecería de Mexicali y varias más; una farsa completa. Y también las consultas constitucionales, como la de los expresidentes y ahora el refrendo de AMLO. “El poder popular se basa en la democracia participativa directa y protagónica en los campos político y económico, en los cuales se plantea al máximo nivel la lucha de clases, así como en la disputa por la hegemonía ideológico-cultural”, dice el Foro.

¿Qué tiene que ver esto con el embate al CIDE, y las descalificaciones a otras instituciones académicas? Es que, como se recordará, una revolución no es compatible, por definición, con la pluralidad de ideas, la libertad de expresión, la tolerancia a conceptos distintos, pues podría disolver el impulso revolucionario. Quien critica o disiente, no es simplemente un ciudadano que en todo su derecho piensa diferente, como en una democracia. No, quien disiente es enemigo de la revolución, por tanto del pueblo, y no puede permitirse que disemine sus herejías, mucho menos que las ponga en práctica. Evidentemente, al no contar con todo el poder derivado de un triunfo militar revolucionario (como en México, Rusia, China, Vietnam o Cuba), no es posible imponer sin más el pensamiento único, pero sí puede hacerse (o intentarlo) poco a poco. Dice pues el Foro de Sao Paulo. Por lo cual debe prestarse “particular interés en los programas y políticas educativas de su gobierno, tanto desde el punto de vista de su contenido, como en cuanto a los métodos y formas de impulsar la educación […] La definición desde los gobiernos de izquierda, del contenido curricular en las instituciones educativas, orientado al patriotismo, el antiimperialismo y la ideología revolucionaria”. Nada de otras corrientes, no digamos el neoliberalismo.

Se empezó con el CIDE por su pequeño tamaño, pero seguramente se planea ir cada vez más lejos. Estoy seguro, sin embargo, que colegas y alumnos del CIDE continuarán la resistencia para preservar la legalidad y tolerancia en su institución, y la República bolivariana obradorista terminará fracasando en este embate contra la libertad académica y científica.


Analista. @JACrespo1

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