En 1987 una parte del PRI nacionalista-revolucionario decidió dejar el partido, pues desde su perspectiva se abandonaban los principios esenciales de la Revolución Mexicana y se adoptaba un modelo —el neoliberalismo— importado de otras latitudes, que resultaría perjudicial para el país. De ahí surgió el PRD (1989), junto con otros partidos y organizaciones de izquierda revolucionaria.
Y es verdad que el desarrollo estabilizador generó altas tasas de crecimiento, en promedio del 6% durante casi tres décadas. Pero el modelo se fue agotando conforme se pasaban las etapas de la “sustitución de importaciones” que no iban cumpliendo sus cometidos. Y Echeverría y López Portillo —el último presidente revolucionario—, endeudaron al país, dando la puntilla a ese modelo. Los tecnócratas que llegaron al poder con Miguel de la Madrid, consideraron que había que aplicar nuevas medidas. Su sexenio consistió en pagar facturas por los excesos de los gobiernos previos.
El modelo neoliberal desde luego mostró varias fallas y excesos, pero además se tomaron medidas abusivas e inadecuadas: corrupción, privatizaciones monopólicas, conflictos de interés, capitalismo de cuates. Y es cierto que la enorme desigualdad de México (que data desde siempre, no desde el neoliberalismo) no se abatió de manera suficiente en estos años, y la pobreza apenas se ha movido.
Para los nacionalistas-revolucionarios congregados en el PRD y hoy en Morena, hay que enterrar el modelo neoliberal por completo y regresar en lo posible a lo que había antes. La principal crítica que le hacen al neoliberalismo es el bajo crecimiento económico —en promedio de 2.4 % entre 1983- 2018—, muy por debajo del 6% de los años del milagro mexicano.
Varios especialistas han señalado que si bien es posible crecer más del 2%, será difícil regresar al 6% sostenido, pues la etapa de desarrollo del país, así como las condiciones internacionales, son harto distintas. Pero a los estatistas les parece que esas no son las causas del bajo crecimiento, sino el modelo neoliberal en sí mismo.
De la tradición desarrollista viene López Obrador, por lo cual es normal su discurso antineoliberal y su añoranza por lo que había antes. La opción socialdemócrata nunca ha cuajado en México. Hay socialdemócratas en la academia, el periodismo, organismos cívicos y algunos aislados en los partidos, pero no es lo que hoy llegó al poder. De ahí que Carlos Urzúa no haya checado con el obradorismo.
Al neoliberalismo lo sustituye no una socialdemocracia inspirada en los países escandinavos —aunque la oferta de alcanzar sus niveles de desarrollo sí aparece en el discurso obradorista— . López Obrador ofreció regresar al 4% de crecimiento a medio término, para terminar su gobierno en 6%, habiendo puesto las bases para un crecimiento sostenido. Y desde luego, esto vendrá acompañado de políticas redistributivas, pues el crecimiento sin distribución tampoco resuelve el problema.
Pero el primer semestre arrojó un pobre crecimiento (cercano al 0 %). En esto AMLO no tiene otros datos, pero sí otra interpretación: lo importante no es crecer, sino distribuir. Pero para obtener un desarrollo firme y justo es necesario también crecer. Si se quiere distribuir la riqueza debe generarse riqueza, como en los países regidos por la socialdemocracia (con elevados impuestos progresivos que aquí no hay).
Y es que si se distribuye el ingreso sin crecimiento, la igualación será a la baja (como en Cuba o Venezuela, típicamente). En tal caso, en lugar de distribuir la riqueza lo que se distribuirá será la pobreza. Debe impulsarse la inversión pública y privada. Y eso exige confianza y certidumbre. No hay de otra.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1