El discurso oficial según el cual la ciencia es neoliberal, recuerda los años setenta, cuando predominaba gran dogmatismo universitario. La facultad de Economía de la UNAM decidió entonces eliminar de su programa las matemáticas porque eran “burguesas”. El costo de ello fue dejar a varios estudiantes de economía con una educación trunca en una materia central. Pero una cosa es que las autoridades de una facultad universitaria llegaran a esa conclusión, y otra más preocupante que lo haga el gobierno de un país (el nuestro, por desgracia). La nueva oleada austericida golpea a varias instituciones académicas y de investigación científica, cuyos fondos para operar eficazmente están siendo recortados. No se trata ahora de privilegios y lujos superfluos, sino de gastos de operación que dejarán a tales instituciones en la línea de la inoperancia, con menos posibilidades de funcionar eficazmente. Retomo lo escrito en estas páginas por el amigo y colega Alberto Aziz, investigador del CIESAS: “En mi espacio de trabajo, un centro público de investigación, nos quedamos sin recursos para operar, ya no habrá becas de licenciatura, trabajo de campo, movilidad, publicaciones, gastos generales. Ahora sí será la parálisis que dejan años de reducciones. Además, nos quieren expropiar los pocos recursos propios que están en un fideicomiso (hecho con toda legalidad) y se alimenta de recursos no presupuestados” (“Debilitar al Estado”, 28/IV/20).
Desde luego, los colegas, profesores y alumnos que votaron por AMLO no podían imaginar que emprendería semejante embate contra la academia pública, pues su discurso apuntaba justo en sentido contrario; fortalecer dichas instituciones para mejorar la educación superior pública, ampliarla, enriquecerla en beneficio del país y también de los sectores que no pueden financiar una educación privada. De recortar las becas, se limitará a muchos jóvenes con potencial pero sin los fondos necesarios para tener una educación pública de calidad, como la que se ha logrado en tales instituciones (entre las cuales se hallan también el Instituto Mora, el Cinvestav y el CIDE). Esos institutos dan la lucha por mantener las becas. Pero de confirmarse el recorte, esos jóvenes tendrían que educarse en las universidades públicas masivas, si acaso encuentran lugar, o en las cien universidades nuevas del sistema Benito Juárez, que existen más en el papel y el discurso que en la realidad. Y las que muestran algún rastro de existencia, no cuentan ni con instalaciones ni con material suficiente.
Desde luego, los jóvenes cuyos padres tengan los recursos suficientes para pagar la colegiatura de esas instituciones públicas podrán continuar sin problema. Pero, ¿y los que no? Y también la calidad en general de tales institutos irá a la baja, pues se daña su operatividad esencial. Así, paradójicamente, bajo la “4 T” la educación superior privada volverá a tomar ventaja respecto de la pública, y quienes la puedan sufragar tendrán mejores oportunidades laborales. Con todo, la opinión pública parece ir en sentido contrario al populismo anticientífico; según El Financiero (Abril, 2020), 76% prefiere líderes bien preparados frente al 20%, que opta por otros cercanos y sensibles al pueblo, contrariamente a lo estipulado por AMLO como criterio fundamental. Probablemente esos ciudadanos ya están palpando el costo de la improvisación. En todo caso, para lo que sí sobran fondos es para los elefantes blancos del gobierno, incluso cuando registran pérdidas multimillonarias como es el caso de Pemex. Pero no hay suficientes recursos para la ciencia ni la academia, ni becas a quien lo requiera en instituciones públicas de calidad (porque son burguesas).
Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo1