La democracia norteamericana, como muchos suponíamos en 2016, resistió el embate de un demagogo, un populista de los que buscan concentrar el poder tanto como sea posible y utilizan para ello el que disponen, en lo que se ha llamado una “democracia iliberal”. Ejemplos actuales hay muchos, pero la democracia norteamericana mostró nuevamente su fuerza institucional, incluso desde los comicios intermedios donde los demócratas fungieron ya como contrapeso en el Congreso. Pero no todas las democracias son tan sólidas como la de EEUU; muchas han caído ante el embate de semejantes demagogos, al grado incluso en que no pueden después deshacerse de ellos por la vía pacífica y democrática.
La derrota de Trump no fue espectacular como muchos esperaban; mantuvo la lealtad de casi la mitad de ciudadanos, que seguirá siendo abono para otro futuro demagogo, xenófobo, racista y supremacista. Los demagogos no llegarían al poder si no tuvieran bases amplias de apoyo, y esa ahí seguirá. Su derrota tampoco puede considerarse, como muchos hacen, como anuncio de decadencia del populismo en el resto del mundo. Las condiciones son muy distintas en cada país. Y menos aún es posible considerar que el populismo terminará por ser erradicado definitivamente; las corrientes políticas y económicas no desaparecen así como así; tienden a prevalecer por mucho tiempo, y en cierto momento vuelven a resurgir (lo mismo puede decirse del socialismo que del neoliberalismo y, políticamente, del populismo y el autoritarismo en general).
Por otro lado, y contrariamente a lo que podría calcularse en 2018, el presidente López Obrador logró una buena relación con Trump, pues éste sólo lo sometió bajo amenaza en unos pocos temas; la inmigración desde luego, y el narcotráfico (pues amenazó con declarar a los cárteles mexicanos como terroristas, lo que lo facultaría para intervenir directamente en nuestro país). Pero en todo lo demás, le dejó manos libres (además de los apapachos públicos que le hizo con frecuencia, al grado de compararlo con Juárez). De ahí que muchos de sus seguidores (no todos) se hayan mostrado velada o abiertamente como trumpistas en esta elección. Los demócratas interpretaron la visita a Trump como un claro apoyo, y así lo harán con el retraso en reconocer la victoria de Biden (más que como apego a los principios históricos de la diplomacia mexicana). La relación de los demócratas con AMLO podría ser bastante más complicada que con Trump, pues se especula además que habrá presiones en temas sensibles para el mexicano; medio ambiente, inversiones privadas y energía, entre otros. Es probable que AMLO tema incluso por la viabilidad de su proyecto, y de ahí también su evidente molestia ante la victoria de Biden.
Pero ese triunfo también ha despertado una esperanza entre los opositores, críticos y disidentes de AMLO, que me parece un tanto excesiva. Se ve como el auguro de una probable derrota de Morena en 2021 respecto a la Cámara Baja. Ese escenario no puede descartarse desde luego, pero no es automático. Trump no se derrumbó ante su pésimo manejo de la pandemia, si bien ese factor seguramente fue clave en su derrota. En el caso mexicano tampoco se ha visto que los ciudadanos le cobren esa factura al presidente (y eso se refleja en las encuestas de popularidad). Y sigue sin haber una oposición firme, coherente y convincente que logre capitalizar el creciente (aunque no abrumador) descontento y decepción hacia la “4 T”. Morena tendrá la ventaja de una amplia coalición (formal de tres partidos e informal con otros tres), en tanto que no se ve fácil una amplia coalición opositora, salvo quizá en ciertas localidades. Además, la cláusula de sobre-representación que beneficia al partido mayoritario y sus aliados sigue vigente, y presumiblemente volverá a ayudar a la coalición morenista a tener más curules que votos (porcentualmente hablando), quizá al grado de volver a detentar al menos mayoría absoluta (quién sabe si también calificada). El triunfo de Biden es pues un “rayo de esperanza”, pero no garantía de nada.
Profesor afiliado del CIDE
@JACrespo1