Un cambio de gobierno y con mayor razón, un cambio de régimen, genera grandes expectativas en la ciudadanía. La oposición suele presentar una narrativa en la cual todos los males del país en cuestión son consecuencia, bien del partido gobernante, bien del régimen político vigente, bien del modelo económico (o una combinación de ellos). En la medida en que muchos ciudadanos aceptan esa narrativa como válida, al llegar la oposición al poder se genera una gran expectativa de mejoría en diversos planos. El problema es que tales promesas difícilmente pueden ser cumplidas cabalmente —algunas de ellas simplemente son inalcanzables— y mucho menos en poco tiempo. Pero muchos ciudadanos esperarán excelentes y prontos resultados. En la medida en que eso no ocurra, se produce un típico fenómeno de las transiciones político-democráticas: el desencanto democrático.
En México ya vimos ese desenlace, al menos parcialmente, con la alternancia del 2000. Las expectativas despertadas por el PAN y Vicente Fox fueron elevadas. En la medida en que no se cumplieron, pronto cayó la votación para ese partido; en 2003, en la elección intermedia, el PAN perdió cerca de 100 diputados, quedando en situación más minoritaria que en la que se hallaba. En 2006, el PAN repitió de “panzazo”, y con muchas dudas sobre el resultado. Y la decepción se profundizó (más con la fallida estrategia contra el crimen organizado). En 2012, el PRI no generó demasiadas expectativas, pero sí algunas, sobre todo en materia de seguridad y violencia. Las cosas siguieron igual o incluso peor, y esa decepción tanto con el PRI y el PAN se reflejó en 2018 año en un triunfo arrollador de López Obrador. Pero de nuevo, la creencia alimentada por él es que si las cosas han ido mal en estos años (en muchos temas al menos), se debe a esos gobiernos y serán debidamente resueltos por el modelo que AMLO representa (el pos-neoliberalismo, cualquier cosa que eso signifique). Muchos de sus votantes esperan grandes cambios. Algunos son más moderados y saben que no se podrá lograr todo, no por completo y no de inmediato. Pero muchos otros sí le creyeron a AMLO la presteza y cabalidad de sus soluciones mágicas. Es probable que en los próximos años veremos un nuevo desencanto con el “cambio verdadero”, como ocurrió en 2000. Más aún cuando la nueva élite empieza a comportarse como la antigua. La pregunta es si ocurrirá tan pronto como con el foxismo, y con la misma intensidad, o será más leve y tardada.
Hay al menos dos tesis encontradas: quienes suponen que la decepción será rápida e intensa, y quienes creen que será más lenta y menos intensa que con Fox. Tiendo a creer lo segundo. Desde luego, una variable clave en la respuesta es qué tanto logrará hacer AMLO en sus ofertas; violencia, corrupción, crecimiento económico, becas. En la medida en que algo logre, su apoyo se prolongará más tiempo (incluso durante todo el sexenio). Pero aún si no tiene resultados rápidos y satisfactorios, hay una variable distinta del foxismo; la incondicionalidad de muchos de sus votantes. Hemos visto que incluso con decisiones o hechos cuestionables en estos meses, sus devotos presentan una defensa a ultranza, justifican todo o minimizan los yerros. Esa base (sin duda es amplia) puede preservar su apoyo por más tiempo, incluso si los resultados no son satisfactorios. Y habrá culpables y pretextos que sus seguidores validarán. Algunos otros sí caerán en desencanto, pero no sabemos en qué momento eso implicará retirarle el voto a Morena. Y es que además, del otro lado no hay una opción confiable, al menos no por lo pronto. Y quizá tarde en surgir.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1