La precampaña electoral para el 2024 inició formalmente el 20 de noviembre. Pero en realidad lo hizo mucho antes. En el caso de Morena comenzó inmediatamente después de los comicios de 2021; es decir, dos años antes de lo previsto por la ley. Claudia Sheinbaum en particular, empezó a recorrer todo el país bajo el pretexto de dar conferencias magistrales o explicarles a los ciudadanos de otros estados cómo se debe gobernar una entidad.
Seguramente ocurrió con recursos del propio gobierno capitalino y los gobiernos anfitriones; un delito electoral que, como otros, quedará impune. Pero también desplegó una intensa divulgación de espectaculares, que resultan muy caros, aduciendo que ella nada sabía, que seguramente eran simpatizantes que habían decidido gastar millones como un gesto de apoyo. Probablemente son ricos, pues pocos gastarían en eso.
Pero ya en 2023 Morena decidió formalizar su proceso interno para decidir a su candidato, bajo la figura inexistente en la ley ni en sus estatutos de “Defensor de la 4T”, un truco burdo para adelantar la precampaña, para así ganar tiempo bajo la premisa actual de que “el que se mueve, sí sale”.
La oposición decidió hacer lo propio. Ya que las autoridades electorales habían validado la trampa de Morena y tendrían que hacerlo también con el Frente Amplio. Pensó el Frente Amplio, probablemente con razón, que acatar escrupulosamente los tiempos legales sería algo honesto, pero políticamente impráctico. Para cuando iniciaran su proceso legal, Morena estaría ya casi llegando a la meta. El problema aquí fue la debilidad tanto del INE como del TEPJF y su miedo al Caudillo providencial que nos gobierna. Y es que AMLO puede violar la ley sin que nadie pueda pararlo, y lo hace todo el tiempo.
Como se sabe, se sospechaba desde el inicio mismo del gobierno que la favorita era Sheinbaum, pues de haberlo sido Marcelo Ebrard lo hubiera colocado en un cargo más influyente en algún momento del sexenio, y no lo hizo. Él mismo sabía que le jugarían chueco y así lo advirtió, y después lo confirmó. Se especulaba que sería el candidato de MC, pero la revuelta interna impidió a Dante garantizarle la candidatura sin competir con otros (Samuel García en particular). Infiero que eso lo hizo decidir quedarse en Morena, pese a todo lo que ello puede implicar (es decir, la eventual venganza de Claudia).
La oposición logró acordar –con gran dificultad– un método abierto a los ciudadanos y, aunque incompleto, permitió que la balanza se inclinara por Xóchitl Gálvez, que no era la favorita de las cúpulas. Una vez electa, sobrevino un vacío, en parte natural pues los reflectores se fueron a otro lado, y además ella tenía que orquestar su equipo de campaña, lograr acuerdos con los partidos, etcétera. Eso no significa que no se detecte cierto desorden y fragilidad en esa campaña, hasta ahora. Tendrá que meter segunda y afinar las estrategias.
A MC le salió el tiro por la culata. Habiendo decidido que el gobernador neoleonés Samuel García podría ser el de más empuje (sobre todo entre los jóvenes), se le eligió con el visto bueno y abierto apoyo de López Obrador (lo que no dejó duda en la mayoría de que se trataba de un pacto de esquirolaje para quitar votos al Frente Amplio, como lo explicó con detalle el propio AMLO).
Pero por no poder dejar un interino que le protegiera el clóset de esqueletos que debe haber ahí, prefirió no competir en la contienda presidencial. Eso dejó a MC inerme, y ahora Dante protagoniza un episodio novelesco para atraer la atención sobre quién será su candidato. Hay muchas especulaciones al respecto.
Para terminar, me parece que el panorama actual, aparentemente muy favorable a Claudia, no garantiza nada. Las cosas se mueven mucho durante las elecciones, las encuestas no son un factor determinante y faltan varias incógnitas por despejarse.