A Gustavo de Hoyos Walther…
Para convertirse en presidente de Estados Unidos, Bill Clinton centró su mensaje en la frase “Es la economía, estúpido”. Y lo logró.
Para convertirnos en un país próspero, todo mexicano debe centrar su mensaje ciudadano en la frase “Son las instituciones, estúpido”. Veamos cómo lograrlo.
Pero antes, la reflexión: ¿por qué unos países son prósperos y otros no?
Tres estudios arriban o fortalecen la misma conclusión. El primero de ellos, publicado por The Economist con el objetivo de conocer los factores que más influyen en el crecimiento económico de una nación arrojó que, en orden de importancia, están primero las instituciones, después las políticas públicas y al final la geografía. Es decir, a los países con buenas instituciones les tiende a ir bien con buenas o malas políticas públicas. En el mismo sentido, los países con malas instituciones les tiende a ir mal, invariablemente. Y la geografía de un país no resultó representativa simplemente porque es imposible cambiarla. (1)
El segundo estudio, realizado por el Instituto Pearson y bajo la coordinación del economista James Robinson, pretendía saber si la diferencia entre países pobres y prósperos se debe a la geografía, a los recursos naturales, a los valores o si más bien es algo cultural. La investigación arrojó lo mismo que el estudio de The Economist: las instituciones. Y por instituciones Robinson se refiere a las reglas que los propios humanos crean y que influyen en sus incentivos y oportunidades.
Y agrega: "Los seres humanos respondemos a los incentivos, pero creamos reglas en la sociedad que generan diferentes patrones de incentivos y eso es lo que marca la diferencia". Lo que tienen los países ricos —relata el economista— son instituciones que funcionan, como parlamentos o tribunales honestos y reglas que rigen los derechos de propiedad y fomentan la competencia empresarial. Y esas reglas tienden a ser justas, predecibles y se aplican a todos. Pero Robinson va más allá, establece una distinción entre lo que él llama instituciones extractivas e instituciones inclusivas. Las primeras son aquellas que benefician a un pequeño número y las segundas son aquellas que benefician a la población en general. (2)
Aunado a ello, la calidad de las instituciones está íntimamente relacionada con el desarrollo de un país, así lo reflejó un tercer estudio donde el índice de percepción de corrupción y la media del ingreso de hogares están estrechamente correlacionados. (3)
Todos los países tienen instituciones, ese entronque de leyes cristalizadas en organismos que están por encima de los ciudadanos (o jugadores), que es más fuerte que ellos y cuya tarea es sancionar aquellos que infringen la ley o los contratos. (4) La gran diferencia radica —como ya vimos— en la calidad de estas. Podemos concluir entonces que un país en desarrollo como México, debe procurar seis características entorno a sus instituciones: (I) que fomenten el capital social que estas representan; (II) generen los incentivos y las sanciones correctas; (III) cuenten con sistemas de rendición de cuentas; (IV) brinden confianza a la economía, (V) abatan mono u oligopolios económicos; (VI) y, principalmente, que sean instituciones inclusivas.
Si lo que perseguimos es ser un país próspero, los mexicanos debemos dejar de buscar respuestas en la geografía o en políticas públicas o en cuestiones morales. Es tiempo de concentrarnos en la calidad de las instituciones del Estado mexicano.
(1) The Economist, Roots of Development, 3/10/02
(2) https://www.bbc.com/mundo/noticias-54607044
(3 y 4) Edge, When the Rule of Law Is Not Working, 11/10/18
Twitter: @joseACV7