Es falso que el pasado 2 de junio la elección haya estado marcada por un sofisticado fraude electoral. Lo que hubo fue una burda operación de Estado sin precedentes. Como en ocasiones anteriores, la elección fue organizada por miles de ciudadanos, y a pesar de los dados cargados de Guadalupe Taddei, presidenta del INE, no hay forma de advertir fraude en el manejo de los votos. Sin embargo, sí vivimos la elección más violenta e inequitativa de la historia moderna: con presencia del crimen organizado, un uso descarado del presupuesto público, campaña adelantada, falta de neutralidad de las autoridades y la injerencia ilegal del Presidente.
Más allá de la inequidad y de que la contienda no se llevó a cabo en normalidad democrática, la realidad es contundente: la gente votó masivamente por el proyecto de continuidad del actual gobierno, representado por Claudia Sheinbaum. La derrota fue nuestra, de quienes advertimos infructuosamente sobre el talante autoritario de dicho proyecto. La oposición no logró capitalizar la negligencia, los abusos y excesos del gobierno de López Obrador, resultando ser un contrapeso débil, sin llegar a ser una alternativa viable, incluso para muchos inconformes con la administración actual.
Nuestra propuesta fue básica y simplista, sin ofrecer más proyecto que sacar a Morena, sin aprender del fracaso de las elecciones presidenciales del 2018 y dejándonos llevar por el espejismo de las intermedias del 2021. ¿Qué tan mal lo hicimos, que la gente prefirió votar por la continuidad de un gobierno con unos 200 mil homicidios dolosos en su haber?
Permitimos que en México se votara por la continuidad de un gobierno que incrementó en un 150% el número de personas sin acceso a servicios de salud. Se votó por consolidar la militarización de nuestros cuerpos de seguridad y por un ejército encargado de tareas que deben ser exclusivas para civiles, se votó por proyectos de infraestructura inviables y opacos, y por la devastación inmisericorde del medio ambiente. Fuimos incapaces de señalar con contundencia el enorme cúmulo de escándalos de corrupción del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, escándalos que llegaron hasta el seno de su familia.
Claudia Sheinbaum fue elegida por cerca de 35.5 millones de mexicanos, 5 millones más que los que apoyaron a López Obrador en 2018. Estos millones de votantes encontraron sentido en los "otros datos" del Presidente. Desde la oposición, nos queda un profundo ejercicio de autocrítica, pues el mensaje es claro: en nuestro estado actual, ya no somos una alternativa viable para la mayoría. El desprestigio de los partidos de la coalición opositora fue la mejor propaganda para la candidata oficial y su coordinador de campaña, el Presidente
En la oposición intentamos que la gente optara por un cambio de gobierno sin cambiarnos nosotros primero, sin haber desterrado antes los mismos errores del pasado que ya nos habían llevado al fracaso.
En estas elecciones, Morena arrasó porque existe una sólida base de votantes impulsada por un aparato propagandístico sufragado con dinero público que votó por la continuidad del actual gobierno, pero también porque millones de personas creen genuinamente en una "transformación" y la oposición no estuvo ni cerca de hacerles dudar. Perdimos desde la oposición porque no supimos convencer a los ciudadanos del momento crítico que vivimos y de las terribles consecuencias de un proyecto político basado en la acumulación desmedida de poder.
La oposición necesita reinventarse totalmente, abandonar el oportunismo efímero de unos cuantos y construir una oferta encabezada por la ciudadanía y, ya después, impulsada por partidos políticos. El reto es inmenso. La democracia mexicana está urgida de una oposición moderna, joven, fuerte, crítica y propositiva que pueda equilibrar el poder y ofrecer verdaderas soluciones a los problemas del país.
La elección del 2 de junio dejó en claro que perdimos nosotros, los de la oposición, pero lamentablemente, también perdió México.