Según López Obrador en tiempos pasados la política exterior mexicana se dirigió con dignidad y honor, con apego a principios en defensa de ideales democráticos, derechos humanos y libertades; en tiempos pasados, México ocupo un lugar de liderazgo dentro de la región latinoamericana; todo esto conjugado en pasado, ahora “la visión trasformadora” alinea al país del lado dictatorial y golpista. No importa la reputación internacional, aquí se respalda a cualquiera, prófugos o abiertos criminales, mientras luzcan el manto de la autodeterminación izquierdista, cuentan con el beneplácito obradorista.
Perú ha sufrido un intento de golpe de Estado, orquestado desde el titularidad de su ejecutivo: Pedro Castillo, en un mensaje a su nación decreto ‘estado de excepción’ y la disolución del Congreso; en paralelo los representantes apresuraron la votación de su destitución para evitar la concreción de sus pretensiones, y tomaron protesta a la presidente sustituta, Diana Boluarte. Las fuerzas armadas dieron la espalda a Castillo, y este en un intento de fuga —en lo que evidentemente fue planeado con antelación— busco arribar a la embajada mexicana en Lima. Plan frustrado por los ciudadanos protestantes que impidieron su llegada; posteriormente fue detenido.
Castillo tuvo una administración efímera (año y medio), marcada por la torpeza y corrupción. Previo a su destitución, el Congreso le había abierto dos procesos de ‘vacancia’, buscando deponerlo, dadas las investigaciones en su contra, acusado de corrupción, tráfico de influencias y de encabezar una red criminal, con fines a beneficiarse de contratos gubernamentales. El mismo partido que lo llevo a la presidencia, lo denuncio penalmente, dejándolo en el abandono, igual que su respaldo popular, dilapidado, con mas un 70% de desaprobación.
Desprecio popular, aspiración golpista, señalamientos de corrupción, fueron una lista meritoria para el soporte del presidente. Obnubilado por su maniqueísmo, su explicación a los hechos es una burda “persecución” de las élites al maestro rural, un complot, similar al que acechan a cualquier adalid revolucionario de siniestra. López ha extendido su mano abiertamente al golpista, y su decisión ha provocado la protesta de la clase política peruana, que exige el cese de su intromisión en sus asuntos nacionales.
La posición que ha adoptado México es vergonzosa internacionalmente y contrasta abruptamente con la de otros mandatarios, militantes de su mismo “bando”: el presidente brasileño electo, Lula da Silva, condeno los hechos, acepto que los mismos se enmarcaron dentro del orden constitucional peruano y deseó el restablecimiento de la paz en la nación.
El apoyo extendido a Castillo, se inserta en lo que ya puede considerarse una tradición de política exterior bajo este gobierno. Se respaldo abiertamente e invito al país al dictador Nicolás Maduro ; brindo asilo a Evo Morales tras acusaciones de fraude electoral y múltiples marchas populares a razón de protesta; brindo apoyo a la dictadura cubana de Díaz-Canel y contrato sus brigadas médicas a pesar de las denuncias de explotación y tráfico de personas en ellas; dio un espaldarazo a Cristina Fernández , acusada de corrupción e inhabilitada de por vida para ejercer puestos públicos; solapo la dictadura nicaragüense de Daniel Ortega , quien ha suspendido cualquier garantía democrática y gobierna carente de legitimidad; y por último, fuera de la región Latinoamérica, apoyo latentemente a Trump aun con su incitación de sublevar al Congreso.
Así se construye la nueva política exterior mexicana, con un uso faccioso y arbitrario de los principios, con tendencias autoritarias que justifican las tropelías de sus aliados ideológicos,
unidos en una alianza por conservar el poder a toda costa. Pasamos de ser puentes y participes de la construcción de paz y democracia, a burdos cómplices de dictaduras y delincuentes. Nuestro liderazgo regional desvanece junto a nuestra reputación, en eso consiste su maltrecha transformación.
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