Durante su último informe de gobierno, López Obrador pintó un México idílico, un país donde la economía florece, la seguridad es un tema resuelto y el sistema de salud pública rivaliza con los mejores del mundo. Sin embargo, la distancia entre su discurso y la realidad es abismal. Bajo su administración, los mexicanos han visto cómo sus promesas se ahogan en un mar de estulticias que han tenido consecuencias desastrosas para el país.

Quizá el ejemplo más doloroso es el sistema de salud. López Obrador proclamó, con una seguridad desconcertante, que nuestro sistema de salud es "mejor que el de Dinamarca". Dos días después, confesó que sus dichos obedecían a una abierta provocación para sus adversarios, retándolos, según él, a que hablaran de su informe y se enojaran.

Y no es para menos. La desaparición del Seguro Popular dejó a más de 30 millones de mexicanos sin cobertura médica, y la creación y posterior desaparición del INSABI es un claro reflejo de la falta de planificación y previsión. A esto se suma el desabasto de medicamentos, que afectó gravemente a la población, especialmente durante la pandemia, donde cerca de 600 mil vidas se perdieron innecesariamente. Es más, en este sexenio, los mexicanos perdimos cuatro años de expectativa de vida. El presidente puede afirmar lo que quiera, pero las cifras y las experiencias de los ciudadanos cuentan una historia muy distinta.

La economía es otro tema en el que las afirmaciones del presidente no resisten el escrutinio. Durante su campaña, prometió un crecimiento económico sostenido que llegaría al 6% anual. En la realidad, el crecimiento promedio del sexenio no llega ni al 1%, el peor rendimiento en 60 años. Además, aunque presume de una inversión récord, los datos muestran que los niveles de inversión extranjera directa nueva están en su peor nivel en décadas. Y mientras el presidente asegura que no endeudó al país, el incremento de la deuda durante su administración se estima en 60% al final de su mandato, una carga que recaerá sobre las generaciones futuras.

Las obras insignia de su administración, como el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) y el Tren Maya, también son testigos de la desconexión entre el discurso oficial y la realidad. El AIFA, que costó el doble de lo proyectado, es un aeropuerto que muy pocos utilizan y que sigue aislado del resto del país. El Tren Maya, por su parte, ha multiplicado su costo original, ha devastado la biosfera de Calakmul y sus beneficios para la población aún están por demostrarse. La refinería de Dos Bocas aún no refina ni un litro de gasolina y terminó costando más del doble de lo proyectado. Los únicos tres proyectos de infraestructura en este sexenio son símbolos de una administración que prioriza el espectáculo sobre la sustancia.

En el ámbito de la seguridad, el panorama es igualmente desalentador. Aunque López Obrador presume de una reducción en ciertos delitos, la realidad es que su sexenio ha sido el más violento de la historia reciente, con cerca de 200 mil homicidios y violencia extrema por todo el país. Además, la situación de los desaparecidos es alarmante, y la respuesta del gobierno ha sido, en el mejor de los casos, omisa.

Finalmente, en el tema de la corrupción, el presidente se presenta como el adalid de la honestidad. Sin embargo, las investigaciones y escándalos que rodean a sus hermanos, sus hijos y hasta su prima sugieren lo contrario. De la corrupción de Bartlett, Ana Guevara, Ignacio Ovalle, Carlos Lomelí, Rocío Nahle y demás colaboradores cercanos al presidente, mejor ni hablamos. El manejo de estos casos, así como los ataques constantes al Poder Judicial y a los medios de comunicación críticos, son indicativos de una administración que busca concentrar el poder y silenciar a quienes cuestionan su narrativa.

El último informe de gobierno de López Obrador es un ejercicio de retórica que poco tiene que ver con la realidad que enfrentan los mexicanos día a día. A medida que su sexenio llega a su fin, el legado que deja es el de un país dividido, con una economía estancada, una seguridad en crisis y una administración pública corroída por la corrupción y la ineficiencia.

Es inútil esperar que se reconozcan los errores y se tomen las medidas correctivas en el siguiente sexenio para que México pueda realmente avanzar hacia un futuro más prometedor.

Andrés Manuel López Obrador pasará a la historia como un presidente que nos dejó muy lejos de Dinamarca y nos acercó mucho a Venezuela.