Desde hace tres años México se “gobierna” mediante palabras, se abandonaron las acciones para imponer una realidad alterna mediante discursos idílicos; existe la pretensión de nublar la razón a base de repeticiones: “En México ya no domina el crimen organizado”, “ya no hay impunidad”, “se cumple la ley y se castiga a los criminales”, se insiste en enaltecer el éxito de una estrategia fallida, que profundiza la violencia y entrega a los ciudadanos al miedo y disposición del crimen. La mentira se consolida como su principal herramienta de gobierno, mientras en el plano fáctico la inseguridad, violencia y muertes desbordan las fronteras de un discurso incapaz de seguir conteniendo lo inocultable.
Los nimios resultados no orillan al presidente a recular sobre su estrategia de seguridad, desde Palacio Nacional observan con plena naturalidad que en San Cristóbal de la Casas, en Chiapas (el principal centro turístico de ese Estado), a plena luz del día, las organizaciones criminales desplieguen a sus hombres armados ocasionando terror en la población, que indefensa y sin apoyo de fuerzas policiales tuvieron que resguardarse en mercados o cualquier rincón para sentir un mínimo de protección. El despliegue armado fue accionado por un enfrentamiento entre organizaciones crimínales por el control de la zona para hacer cobro de piso a los locatarios. El alcalde de San Cristóbal, extraído de las filas morenistas acepto que no tienen capacidad para hacer frente al problema, y es obvio, pues la estrategia presidencial desahució las capacidades de seguridad municipales, recortando los prepuestos y concentrando los esfuerzos a lo nacional, dejando vacío el primer frente y más próximo a apoyar que es la esfera local. Esto es solo un ejemplo de lo que acontece en la cotidianeidad del México profundo, y que solo relució por haber sido captado en una urbe urbana, pero existen decenas de casos aislados y en silencio que deberían escandalizar por exhibir que el gobierno ha tirado los brazos por cumplir su principal función: salvaguardar nuestras vidas, propiedad y seguridad.
La inacción como acción de gobierno ha culminado en el robustecimiento del crimen organizado, que, ante el vacío del Estado, ha diversificado sus operaciones transgrediendo los límites de lo que fue su actividad primaria, el trasiego de drogas. Al día de hoy expanden su esfera de acción: secuestran y trafican personas, con fines de explotación sexual y venta de órganos; extorsionan y han arrebatado al gobierno lo que en supuesto debería ser su monopolio, la extracción de rentas (cobro de piso); roban agua, combustible, maderas y minerales. Entre los nuevos portafolios de negocios criminales reluce su intención de acaparar mercados enteros para explotación de sus organizaciones, mediante una modalidad que combina extorsión con acaparamiento, dado es el caso del limón, aguacate o el pollo; los delincuentes obligan a los productores venderles a bajo costo la totalidad o gran parte de sus cosechas o productos, monopolizando el insumo pudiendo así aumentar los precios finales, causando escasez, acaparamiento y subida de precios.
No existe discurso capaz de nublar lo que acontece, la inseguridad está desbordada, el crimen se ha salido de control, lo evidencian lo hechos, lo evidencian los más de 121 mil homicidios en lo que va del sexenio —mismos que superan el total de los alcanzados durante el gobierno de Calderon—, los más de 100 mil desaparecidos, y una percepción del 60% de la población nacional que piensa que el problema de seguridad se tornado más grave (según datos de la ENVIPE 2021). El crimen avanza y solidifica su poder, tienen capacidad de imponer gobernantes a nivel local, y se especula que a nivel estatal también; en tanto, dominan 40% del territorio nacional según informes de inteligencia de seguridad estadounidense, pero el negacionismo se impone. Al tiempo que las alertas se disparan por todos lados, el gobierno lanza guiños consentimiento a los delincuentes, “porque a los criminales también se les cuida” según el presidente. Para muchos el día a día se a tornado invivible, con la zozobra de pensar que puede ser su último día. Al contrario de las aseveraciones de Obrador, el único desenlace del camino por el cual nos guía, es al de la tragedia.