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"El más oscuro rincón del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis moral."
- Dante Alighieri
En política exterior la forma es fondo, por eso el papel de un jefe de Estado es de la mayor relevancia. Tratándose de la defensa y promoción de los Derechos Humanos, la neutralidad es sinónimo de cobardía y necesariamente tiene consecuencias.
Es el caso de Andrés Manuel López Obrador y su timorata postura ante actos atroces como los atentados perpetrados por el grupo terrorista Hamas en contra de civiles indefensos en Israel.
La corta visión del Presidente, su mal entendido concepto de 'pacifismo mexicano', su trasnochada interpretación sobre principios constitucionales en materia de política exterior y su falsa 'neutralidad', afectan severamente la imagen de nuestro país.
Esa fantasiosa neutralidad en asuntos tan delicados siempre es percibida por la comunidad internacional como indiferencia ante la barbarie y el dolor humano.
Los crueles actos terroristas de Hamas y la durísima reacción del gobierno israelí han cobrado miles de vidas y han arrasado con comunidades enteras. La ausencia de una condena enérgica envía un mensaje muy negativo, sugiriendo que México está dispuesto a pasar por alto violaciones graves de los derechos humanos.
La falta de claridad en este mensaje, puede tener serias implicaciones en el concierto mundial. La comunidad internacional espera que los jefes de Estado tomen una postura ética y defiendan valores como la paz y la seguridad. La ausencia de una condena sólida socava la credibilidad de México y afecta sus relaciones con otros países.
Además, no tomar una posición firme en contra del terrorismo puede traer graves consecuencias en el terreno de la seguridad global. Los actos terroristas en Israel no solo afectan a la región, también representan una amenaza para la paz y la estabilidad a nivel mundial. La lucha contra el terrorismo requiere una cooperación internacional sólida, y una postura neutral o tibia debilita esos esfuerzos.
La situación se torna aún más vergonzosa con la franca contradicción de posturas sobre el conflicto al interior del mismo gobierno mexicano.
En principio, la Cancillería fijó una posición medianamente sensata, por lo menos se condenó abiertamente el terrorismo; pero luego vino el presidente enmendarle la plana con su ambigüedad y su tibieza.
Lo anterior no es nuevo en este sexenio. Sucedió lo mismo en el marco de la invasión rusa a Ucrania. Juan Ramón de la Fuente, representante de México ante la ONU, condenó la agresión de Putin; pero López Obrador, invocando la doctrina Estrada, optó por de decantarse 'a favor de la paz mundial' sin tomar partido.
Y es que el abuso de la doctrina Estrada y del principio de 'no intervención', se ha convertido en el pretexto favorito de López Obrador para NO condenar el terrorismo y las violaciones a los derechos humanos en el ámbito internacional.
En teoría, estos principios debieron ser pilar fundamental de la política exterior de México, pero históricamente han sido invocados por nuestros gobernantes de forma perversa para solapar violaciones graves de los derechos humanos por parte de regímenes tiránicos.
Al igual que con Echeverría, la política exterior del gobierno de López Obrador se resume en una frase: "NO condenaremos nunca la violación a los Derechos Humanos en ningún país del mundo. No queremos que luego estos países condenen las violaciones que cometemos nosotros".
Es verdad, el artículo 89 constitucional establece que la política exterior de México debe estar basada en los principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de conflictos. Sin embargo, en el mismo artículo se mandata al presidente a promover los Derechos Humanos y a condenar su violación en el ámbito internacional.
La política exterior de López Obrador es una ventana al pasado, y su mediana visión sobre el mundo lo condena a permanecer estático en el rincón más obscuro jamás imaginado.
