Con profundo respeto, al Lic. Luis Echeverría Álvarez, quien cumple 100 años el próximo 17-I.
A finales de 1970 conocí al presidente de la República, Lic. Luis Echeverría Álvarez. Mi primera inquietud fue conocer su vocación nacionalista y sensibilidad por la diplomacia mexicana activa soberana y no subordinada.
Comencé a indagar sobre el origen de su familia, educación y convicciones, muy especialmente su vocación por el engrandecimiento de México, la defensa de la soberanía mexicana, basada en el derecho ajeno, la no intervención, autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de las controversias.
El primer dato que encontré fue su propia tesis profesional, la cual presentó en 1945 en la Universidad Nacional Autónoma de México titulada: El sistema de equilibrio del poder y la sociedad de las naciones, la cual dedicó a sus padres, al Gral. Guadalupe Zuno, quien fue mi maestro en la Universidad de Guadalajara y su compañera inseparable María Esther Zuno, a su mentor y amigo don Jesús Rodríguez Gómez y muy especialmente a don Isidro Fabela, faro de luz y de dignidad nacional.
Mi primer contacto con él fue muy agradable. Observé a un caballero, alto, corpulento, sereno y juicioso a quien jamás escuché expresar ningún insulto contra nadie, ni hablar mal de alguien que no estuviera presente. Desde ese instante nació en mí una profunda admiración y respeto por sus convicciones y sentimientos de una nación agraviada que demandaba justicia y defensa de su soberanía ante países poderosos.
En aquel entonces tomé la decisión de iniciar mis estudios en la Facultad de Derecho de la UNAM, porque no me sentía preparado para servirlo. Concluí mi licenciatura con la tesis La Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados. A este tema le he dedicado más de 50 años de mi vida. Tuve el honor de acompañarlo durante 6 años de su gobierno donde traté a los hombres más brillantes de su gabinete, como el canciller Emilio Rabasa, Alfonso García Robles y Leandro Rovirosa Wade.
Al final del gobierno me invitó a acompañarlo en sus actividades diplomáticas como secretario particular en la Unesco en París, donde establecí contacto con las mentes más brillantes de la época en ese alto organismo para la educación, la ciencia y la cultura, lo cual me enriqueció y me vinculó a una misión que mucho me enorgullece: haber entregado en propia mano a Nelson Mandela el Premio para la Paz que le otorgó la Unesco.
El siguiente derrotero fue la misión en Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fiji, en aquel tiempo recorrimos juntos el Sudeste Asiático, los Archipiélagos de la Polinesia, la Melanesia y los mares del sur.
Al final de esta misión me invitó a colaborar como director del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, tarea apasionante.
Fui testigo de los hechos más sobresalientes de la Política Exterior de México que, lejos de refugiarse en el aislacionismo, ofreció garantías y libertades para el flujo mercantil y financiero, difícil de encontrar en esa época en otras partes del mundo.
Para el apoyo de nuestro intercambio internacional se creó el Instituto Mexicano para el Comercio Exterior, poniendo en práctica una amplia gama de medidas de carácter fiscal y crediticio, diversificando nuestro comercio exterior.
La Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados fue la piedra angular para la cooperación internacional.
Comprendí en ese tiempo que la historia de nuestra República es en buena parte el reflejo de una batalla sostenida por el pueblo mexicano para liquidar la herencia del colonialismo y evitar la injerencia en los asuntos nacionales de las potencias.
Internacionalista