Para comprender estos tiempos líquidos de incertidumbre, donde todo lo sólido se desvanece en el aire con la aparición de nuevos miedos y temores surgidos en un ambiente de descomposición y crisis del orden internacional, recurriré a la metáfora de “los idus de marzo”. Históricamente el mes marzo ha sido un mes nefasto, como aquel 15 de marzo del año 44 AC, cuando ocurrió el crimen a Julio César. Este mes no es solamente la exaltación de la primavera, en marzo de este año surgió un virus mortal, que se transformó en epidemia, pandemia, azote de la humanidad, sembrando enfermedad, muerte y parálisis de la economía global.

La repercusión todavía es impredecible. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), este gran confinamiento y parálisis económica traerá una recesión, tal vez más grave que la gran depresión de 1929. La mayoría de las actividades están peligrosamente paralizadas, los gobiernos están espantados y divididos. Un poco es rásquese con sus uñas, sálvese quien pueda.

“Los tiempos de crisis son de cambio y oportunidad”, como sucedió en el siglo XX, el ejemplo más palpable con la aparición de la ciencia, la tecnología, la biotecnología y un asombroso desarrollo industrial, la aeronáutica y la llegada del hombre a la Luna.

También surgieron las peores catástrofes de la humanidad: armas de destrucción masiva (la bomba atómica), dos guerras mundiales con saldos de dolor, destrucción y holocausto. Nació también, con la grandeza del espíritu, la Sociedad de las Naciones, la Organización de las Naciones Unidas, la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, cuya finalidad fue preservar la paz y seguridad internacional “para que más nunca hubiese una guerra”. Las guerras continuaron. De la guerra caliente a la guerra fría por la supremacía.

En esta pandemia, el Covid-19, surge otra epidemia:  campañas de noticias falsas que atacan a la ONU, ¿será que a las potencias ya no les sirven las organizaciones internacionales, no obedecen a los poderes fácticos?

La gran crisis de 1929 fue la oportunidad para grandes cambios, Estados Unidos la aprovechó para impulsar obras de infraestructura por recomendación del economista John Maynard Keynes, quien sugirió para salvar la economía mundial la intervención del Estado sobre empresas privadas, las empresas estaban arruinadas, la gente sin trabajo, padecían hambre. La propuesta keynesiana fue meter en cintura a grandes monopolios y oligopólicos: bancos y conglomerados industriales en pocas manos. Eran intocables, muy poderosos, pero no más poderosos que el Estado, aquí surgen las leyes. La recomendación de Keynes fue aprovechar la oportunidad para impulsar programas de enormes obras de infraestructura, sistemas de irrigación del Valle de Tennessee, construcción de carreteras, viviendas y sistemas de seguridad social que de otra manera hubiera sido imposible.

Ha sonado la hora “del Estado y el desarrollo” reconsiderar la reconstrucción de un nuevo orden económico internacional (NOEI), más justo que conjure los peligros de hegemonías, amenazas, violación de la base y piedra angular para la concordia mundial como es: cooperación, el desarrollo, no intervención, solución pacífica de las controversias, autodeterminación y respeto al derecho ajeno entre los individuos como entre las naciones.

Hace 50 años nació el proyecto turístico de Cancún cargado de futuro, en un ambiente de escasez de dinero. Fue severamente criticado en ese tiempo por el sector privado, la historia le dio la razón. Actualmente es un polo de prosperidad que no para de crecer. Lo mismo ocurre actualmente con el impulso de grandes obras como el Tren Maya, Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, Corredor turístico de Bahía de Banderas, nuevas refinerías y carreteras.



Director general del Centro de Estudios Económicos y Sociales del TercerMundo

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