Al constituirse después de la Segunda Guerra Mundial, la Organización de las Naciones Unidas, cuya carta se firmó el 26 de junio de 1945, en la ciudad de San Francisco al término de la conferencia sobre la organización internacional asistió una importante delegación mexicana integrada por Ezequiel Padilla, Manuel Tello y Francisco Castillo Nájera, durante el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, con fe y esperanza de terminar para siempre con el flagelo de la guerra que dos veces infligió a la humanidad enormes sufrimientos.
El Estado mexicano se inspiró en la convicción del respeto a los derechos fundamentales del hombre, la dignidad y el valor de la persona humana, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el respeto entre naciones poderosas y débiles es decir del tercer mundo, así como la tolerancia, la convivencia en paz, el mantenimiento de la paz y no usar ni abusar de la fuerza armada sino en servicio del interés común.
Como he comentado anteriormente, estos nobles propósitos de la ONU fueron lanzados al basurero de la historia irresponsablemente, realmente el mundo nunca ha estado en paz, se han violado en diversas ocasiones los estatutos de la Carta de San Francisco, poniendo en peligro la convivencia armónica entre las naciones. Hemos sido testigos con asombro, que pasamos de las guerras calientes encarnizadas a la guerra fría, verdaderos latrocinios justificados en “guerras justas” o bien “preventivas”, agresiones e intervenciones armadas en los continentes de América Latina, Asia y África, operaciones que tuvieron la finalidad de establecer hegemonías y supremacías.
El siglo XX más bien podríamos llamarle el siglo del petróleo, lucha voraz por el dinero y reconfiguración geopolítica. Hoy aparece un nuevo producto estratégico como es el litio, esencial para el funcionamiento de las nuevas tecnologías, sistemas electrónicos, automóviles, celulares, etc., cuya principal reserva se encuentra en Bolivia, Chile, Argentina y Australia, países que ya están en la mira de grandes compañías. Nuestro país ya ha legislado, nacionalizando este elemento cuya propiedad originaria debe ser del Estado mexicano, el cual podrá derivar a los particulares su explotación, al respecto vale la pena leer la extraordinaria investigación bien fundada del Gral. Ret. Martin Hernández Bastar.
Las guerras de la postguerra son diversas, mencionaré solo algunas como es Afganistán, uno de los países más pobres de la tierra cuya posición es estratégica, siendo el primer productor de opio del mundo, fue invadido por los soviéticos y posteriormente por Estados Unidos, después de una derrota moral y militar evacuaron el país, otro ejemplo de ocupación injusta fue Vietnam, invadida primero por Francia después por Estados Unidos (1963-1973) cuya lucha heroica del bravo pueblo vietnamita encabezada por Ho Chi Minh, venció a las fuerzas de ocupación, la ocupación de Cisjordania hace más de 50 años incluida la Franja de Gaza, Checoslovaquia (1989-1998), las Coreas (1951-1953), Georgia y el Cáucaso (1989-1998), Bosnia Herzegovina, la Guerra del Golfo contra Irak (1990-1991), y por último la ofensiva contra Irak y Afganistán después del ataque terrorista a las Torres Gemelas (2001).
La invasión unilateral e ilegal de Rusia en contra de Ucrania la hemos condenado reiteradamente en este instituto por los peligros y retos inimaginables, de una guerra termonuclear, en la cual no habrá vencedores ni vencidos, los arsenales del poderío atómico podrían provocar un holocausto, un panorama fantasmagórico de destrucción mutua asegurada apocalíptica.
La Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados propuesta por el expresidente Luis Echeverría Álvarez y aprobada por la ONU el 12 de diciembre de 1974, la cual está vigente, representa la última esperanza de la concordia, paz y seguridad internacional, es necesario apresurar el paso cerrando filas con la ONU para una nueva agenda de un Nuevo Orden Económico Internacional, en este mundo que avanza a paso de cangrejo.
Internacionalista