Este mes se cumplen 110 años de uno de los crímenes más grandes de la historia de México, por lo cual debemos guardar luto y respeto al Apóstol de la Democracia, Francisco I. Madero , y José María Pino Suárez, quienes fueron sacrificados arteramente por los esbirros emanados de un cuartelazo feroz y sangriento.
El sacrificio no fue en vano de este santo laico que fue Madero, quien tuvo la virtud y visión de encender los ideales democráticos que anhelaba el pueblo, que cumplieron con un deber sagrado con la patria, ofreciéndole todo, la vida misma; no ignoraban el riesgo, porque sabían que morir es nada cuando por la patria se muere.
Este apóstol de la democracia, digno defensor de los ideales más puros de la nación estimuló al pueblo, quien lo siguió para lanzar al basurero de la historia a una dictadura atroz, para conquistar no sólo el pan, sino el bien más preciado, que es la libertad, y ser ciudadanos de primera, bajo un orden democrático de hombres libres y no súbditos, peones acasillados o de hacienda, y convertirlos en ciudadanos con todos sus derechos, obligaciones y prerrogativas.
En febrero de 1913 corrían rumores sombríos en el Colegio Militar de Chapultepec, donde estaba la residencia del titular del Ejecutivo. Era un secreto a voces, todo el mundo sabía que se desarrollaba una conspiración, un golpe de Estado en contra del presidente Madero y su gobierno legítimo, que había llegado al poder por el voto de la voluntad general.
Aquel 8 de febrero de 1913 muy temprano se presentó una comisión de diputados a informar al presidente Madero que estaban enterados que se había iniciado un movimiento orquestado por las fuerzas más oscuras para derrocar al gobierno y alterar la concordia nacional, aconsejando que debía de tomar medidas necesarias para prevenir las circunstancias.
El Presidente fue informado de la participación de los infidentes como Félix Díaz, pero tenía fe en el orden constitucional y en el pueblo. Además, el general Félix Díaz estaba preso.
Al día siguiente, 9 de febrero, bajó el Presidente de sus aposentos y se encontró con los cadetes del H. Colegio Militar; estaban listos para escoltar y acompañarlo en su histórica marcha de Chapultepec a Palacio nacional.
Eran las siete de la mañana. El Apóstol de la Democracia toma su desayuno tranquilo y sereno e inicia su desplazamiento en su magnífico caballo tordillo (blanco) confiando en la tradición absoluta del Colegio Militar que daría una muestra que quedaría su huella imborrable en los anales de la historia. Ante la confusión no titubeó, se comportó con toda lealtad escribiendo una página más en su ya glorioso historial como fue el antecedente de su conducta ante la invasión en 1847 de los estadounidenses, cuyas tropas atacaron el Alcázar de Chapultepec, escribiendo con sangre la historia que todos conocemos y que no debemos olvidar jamás.
Los hijos de este colegio se sienten muy orgullosos de su legado histórico, ejemplo de patriotismo para la juventud actual, que requiere valores nacionales, muchas veces confundidos con figuras extranjeras y héroes prestados; el México de hoy no olvida la epopeya de Chapultepec, ya que este sacrificio puso de manifiesto un sentimiento de nacionalismo y lucha en defensa del orden constitucional y de los gobiernos legítimos, emanados por la voluntad del pueblo.
El avance de la columna que escoltaba al presidente por el ancho Paseo de la Reforma, acompañado por el ministro de Guerra, Miguel Ángel García Peña. El señor Madero marchaba a la cabeza y las compañías del Colegio Militar a cada uno de sus lados; así llegó hasta la estatua ecuestre llamada El Caballito (estatua de Carlos IV), haciendo un alto en la plaza Guardiola, cuando se escucharon algunas detonaciones. Eran los primeros disparos, hace un alto en la fotografía Daguerre, donde recibe informes precisos de la sublevación.
El Palacio Nacional había sido atacado por los sublevados, los generales Reyes, Mondragón, Félix Díaz y Gregorio Ruiz.
Es enterado que los rebeldes ya se habían presentado a las puertas de Palacio Nacional encabezados por el general B ernardo Reyes, entablando una batalla entre los leales defensores de Palacio y estos miembros del cuartelazo con el resultado de más de 500 muertos, frente a las puertas de Palacio en la Plaza de la Constitución y entre ellos, el propio general Reyes.
Después, en medio de cadáveres, llega Madero escoltado por los cadetes, con el aplauso de una gran multitud que ya se había presentado en el lugar; aquí se ordenó a los valerosos cadetes del Colegio militar regresar a Chapultepec, en donde permanecerán acuartelados hasta el fin de la Decena Trágica, cuando fue consumada y escrita una de las historias más negras por la traición del chacal Victoriano Huerta, quien aprovechando la situación ya había cambiado la guardia en lugar de los leales cadetes, entregando la custodia a miembros del 29 batallón.
Es en este momento cuando un personaje lombrosiano, llamado Aureliano Blanquet , seguido por Izquierdo y Riverol, se presenta ante el despacho del propio Presidente para consumar la atrocidad: La aprehensión de Madero y Pino Suárez, corría el día 18 de febrero.
El teniente coronel Izquierdo y el mayor Riverol fueron muertos inmediatamente en el acto de la supuesta aprehensión por los leales ayudantes del presidente Madero, los capitanes Gustavo Garmendia y Federico Montes; con este acto valiente y patriótico escribieron un ejemplo digno de ser admirado que no podemos olvidar.
Así termina la Decena Trágica, con un epílogo sangriento de una tradición y doble magnicidio, el que ocurrió justamente el día 22 del mes antes mencionado.
Este acto deleznable cambiaría el curso de la historia nacional, no sólo por el sacrificio del Presidente y el vicepresidente y, por supuesto, su hermano Gustavo Madero , quien fue masacrado, sino que trazó la ruta para levantar las banderas y las bases de un nuevo orden constitucional, el cual había sido pisoteado y destruido, surgiendo hombres de una gran estatura y visón histórica como fue Venustiano Carranza, gobernador del estado de Coahuila.
Epílogo
No podemos olvidar la conducta del entonces embajador de Cuba en México, Don Manuel Márquez Sterlíng, quien enterándose del peligro inminente que corría la vida del presidente Madero le envió una carta histórica ofreciéndole asilo y protección en la Embajada Cubana, oferta que rechazó. Creía firmemente en la lealtad del chacal, torvo, lombrosiano, borrachales vergüenza nacional, ignorando que había recibió instrucción en la penumbra de una noche, en la Embajada de los Estados Unidos, naturalmente con mucho alcohol el titular de esa misión, Henry Lane Wilson , tal vez sin la autorización de su gobierno autorizó el cuartelazo o golpe de estado.
Así se escribe la historia de nuestra patria que mucho tiene tragedia y calvario, pero no seamos ingenuos.
En medio de la confusión, traiciones y acechanzas en contra de los intereses nacionales siempre hay un centinela con su cabo de turno y guardianes de los más puros sentimientos de valores de lealtad, patriotismo y heroísmo, me refiero naturalmente al HEROICO COLEGIO MILITAR.
Verdadero orgullo para la juventud bien nacida y que no naveguen en olas civiles con remos que no pesan, como los brazos del correo Chuan, que atravesaba la mancha con fusiles.
HONOR Y GLORIA a mi alma mater, yunque forjador de hombres de guerra.
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