Se debe preferir el diálogo propio  de los seres humanos, al uso de la fuerza bruta,  propia de los animales. (Cicerón)

La semana pasada amaneció el mundo con una sorpresa. Un ataque sorpresivo perpetrado por los Estados Unidos utilizando alta tecnología (drones). Fue un acto unilateral de agresión para ejecutar al comandante de la guardia revolucionaria iraní, el general Qassem Soleimani. Esta repudiable agresión ocurrió cerca de Bagdad. La respuesta fue inmediata, el ayatolá Alí Jamenei amenazó con una severa venganza, atacando objetivos de los EU en el mundo y suspendiendo toda clase de acuerdos y negociaciones nucleares.

La ofensiva de Washington tenía otros fines. Políticos naturalmente, de cara a los procesos electorales de ese país. Era un acto de distracción para evitar un juicio político. Es una verdadera locura pensar en convocar a una escalada bélica para provocar una conflagración mundial en la cual no habría vencedores ni vencidos. Sería un holocausto, la paz de los sepulcros.

El artículo primero de la Carta de la ONU establece los propósitos de los Estados para mantener la paz:  tomar medidas colectivas, evitar actos unilaterales de agresión, aplicar medios pacíficos con base a la justicia y el derecho internacional, negociación de controversias. Ante la crisis del Estado-nación en estos tiempos líquidos, se requiere urgentemente un nuevo orden económico internacional garante de la paz y la seguridad con otro nombre: el desarrollo.

El legado humanitario y pacifista de México quedó de manifiesto al inaugurarse el   Centro de Capacitación de Operaciones para la Paz, en San Miguel de los Jagüeyes, Estado de México, donde se capacitará a integrantes de las Fuerzas Armadas para cooperar en misiones para la paz para proteger a la sociedad civil en zonas de conflictos armados.

La respuesta del Estado fue responsable y de altura. Declarar una guerra frontal al enemigo verdadero: la injusticia social y las desigualdades, porque generan conflictos, crisis sociales, confrontaciones entre la opulencia y miseria.  La obligación del Estado es resolver el
círculo vicioso de subdesarrollo, miseria, insalubridad y desempleo.

El desarrollo nacional no solo depende de la estabilidad macroeconómica, también del crecimiento microeconómico que promueva la creación de salarios dignos, coadyuvando a reducir las brechas nacionales de desigualdad.

Hoy observamos el impulso de nuevas estrategias y programas sociales para la transferencia de recursos a la población que generarán mayores oportunidades de desarrollo en zonas marginadas, programas de inversión de proyectos de infraestructura estratégica.

El Estado retoma la senda del crecimiento y el desarrollo impulsando con visión proyectos como el aeropuerto internacional Felipe Ángeles, el corredor interoceánico del istmo de Tehuantepec, los corredores turísticos de la Riviera Nayarit y de la huasteca, el tren maya, el Banco del Bienestar y la refinería de Dos Bocas, proyectos rentables de beneficio social, que detonarán la creación de empleos.

El objetivo de estos proyectos seguramente estará orientado a detonar el desarrollo en zonas con mayor rezago social, propiciando mayor equidad entre diversas regiones del país, distribuyendo mejor el ingreso el cual propiciará una mejor calidad de vida de la población, con recursos públicos y privados.

México enfrenta retos y desafíos en infraestructura a nivel regional, el sureste presenta olvidos y atrasos que impiden alcanzar el bienestar de su población; las regiones del centro y norte requieren modernizar su infraestructura, aumentando así su nivel de competitividad.

Con los proyectos mencionados observamos un nuevo amanecer, la noche quedó atrás.


Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo

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