A mis hijos con cariño.
El 21 de marzo del año en curso, se celebró el 214 aniversario del natalicio de Don Benito Juárez Benemérito de las Américas. La ceremonia oficial tuvo lugar en el terruño que lo vio nacer. Guelatao, con la asistencia del titular del Poder Ejecutivo Federal Andrés Manuel López Obrador.
Hago propicia esta fecha para recordar una anécdota: El año antepasado uno de mis nietos cumplía años y le pregunté a mi hijo, ¿Cuál sería el mejor regalo para mi nieto Jerónimo? Mi hijo me contestó sin titubear tal vez recordando su vocación republicana y un libro que le regalé en su primera juventud, “Juárez su obra y su tiempo” de Don Justo Sierra. Me contestó: Mira Papá. El mejor regalo sería que te presentes a su salón de clase y les hables de las epopeyas de nuestra patria: de Hidalgo, Morelos y de Benito Juárez. Reflexioné: este sería el mejor regalo que llevará en su alma para su futuro.
Llegué temprano al salón de clases. Se sorprendieron los niños al verme uniformado con las insignias de Coronel del Ejército mexicano, llevé un regalo: una bandera y un cuadro al óleo de Benito Juárez, que entregué respetuosamente a su maestra. Observe que en el salón de clases no había ningún símbolo de héroes nacionales.
La charla fue sencilla y amena sobre el legado del Benemérito de las Américas. De los días históricos de la personalidad de un niño pobre, indígena nacido en el equinoccio de primavera, en Guelatao el 21 de marzo de 1806, no hablaba español, su lengua era el zapoteco. El destino le tenía reservado erigirse como columna de hierro y dignidad, gracias a su deber y conciencia sería el mejor presidente de México, símbolo de libertad y de gloria. Al igual que Cuauhtémoc después de la muerte de Cuitláhuac, por el virus de la viruela traída por los españoles, contrajo el sagrado compromiso de defender a su patria ante peligros y desastres que lo pondrían a prueba. Lo doblarían, pero no quebrarían su espíritu indómito.
Esta plática me emocionó, sería la mejor experiencia de mi vida, dirigirme con franqueza a niños. Recordé a mis maestros en mis clases de parvulito impartido por las misiones culturales en mi pueblecito. Estaban muy atentos, sorprendidos, harían muchas preguntas.
El relato central fue el legado de Juárez: “Las leyes de reforma”. ¿Qué disponían esas leyes?: La nacionalización de los bienes del clero secular y regular; la independencia del Estado y de la iglesia; supresión de órdenes religiosas, establecimiento del matrimonio civil, terminación de la intervención del clero en la economía. Supresión de días festivos de carácter religioso; derogación de disposiciones de asistencia al gobierno a funciones religiosas; disposición para que los comercios pudieran ser abiertos los domingos, así como la libertad de cultos.
El gobierno de Juárez establecido en Veracruz, amagado por las tropas de Miguel Miramón, el 12 de julio de 1859 proclama la nacionalización de los bienes del clero seguido de un programa de secularización de la sociedad, le arrebataba a la iglesia privilegios de orden institucional para el progreso de la república. El 23 de julio promulga la ley sobre el matrimonio civil y el 28 el reglamento para los juzgados del registro civil (la Constitución de 1857 reconocía el matrimonio como sacramento eclesiástico administrativo). El 31 de julio se publica la Ley de secularización de cementerios, terminando la intervención de la iglesia en ellos. El 4 de diciembre de 1860, entra en vigor el decreto sobre la libertad de cultos y separación de Estado e iglesia.
Con las leyes de Reforma se pone fin a los privilegios conservadores del clero y su elite burocrática quienes contribuyeron al atraso económico del país. Se estableció un estado laico, federal, republicano, popular y representativo.
Director general del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo