Con motivo del aniversario de la Revolución Mexicana, de la cual muchos piensan que ha muerto, hoy más que nunca sigue vigente. Único orador en la ceremonia fue el general Luis Cresencio Sandoval González , secretario de la Defensa Nacional. Como soldado de la República habló fuerte, tomando el guante ante una serie de infamias y epítetos a nuestro Ejército Mexicano, torre de lealtad, centinela y siervo de la Nación y de la Soberanía Nacional.
Afirmó: Las Fuerzas Armadas “jamás buscan ni buscarán el poder, tampoco protagonismos”, quieren ser garantía de la democracia, razón de ser y existir de esta institución que no escucha “el canto de las sirenas, ni a quintacolumnistas o caballos de troya”.
Lo que el viento no se llevó: el compromiso de la Palabra de Honor del Heroico Colegio Militar.
Ante la victoria de las armas de la República en Querétaro en 1867, fue condenado a muerte el general Severo del Castillo, jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Su custodia se encomendó al coronel Carlos Fuero. En la víspera de la ejecución, el coronel dormía plácidamente cuando su asistente lo despertó.
El general Del Castillo deseaba hablar con él. De inmediato fue a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que el general Severo del Castillo era amigo de su padre.
—Carlos, como tú sabes me quedan unas cuantas horas de vida y necesito que me hagas un favor, quiero confesarme y hacer mi testamento, manda llamar al padre Montes y al licenciado José María Vázquez.
—Mi general— respondió Fuero, —no creo que sea necesario que vengan esos señores.
—¿Cómo?— se irritó el general Del Castillo. —Deseo arreglar las cosas de mi alma y familia.
—Mi general, no hay necesidad de mandarlos llamar. Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar.
El general Severo se quedó estupefacto por la muestra de confianza que le daba el joven Coronel. —Pero, Carlos —le respondió emocionado— ¿Qué garantía tienes de que regresaré para mi fusilamiento?
—Su PALABRA DE HONOR— contestó Fuero. —Ya la tienes— dijo don Severo.
Salieron los dos y dijo Fuero al encargado de la guardia: —El señor general Del Castillo va a arreglar unos asuntos. Yo me quedaré en su lugar como prisionero.
A la mañana siguiente, cuando el general Sóstenes Rocha llegó al cuartel, le informaron lo sucedido. Corriendo fue a la celda en donde estaba Fuero y lo despertó.
—¿Qué hiciste Carlos?, ¿por qué dejaste ir al general?
—Ya volverá— le contestó Fuero. —Y si no, me fusilas a mí.
En ese momento se escucharon pasos en la acera y la voz del centinela que grita: “¿Quién vive?”. “¡Vive México!”, respondió la voz vibrante del general Del Castillo, “y un prisionero de guerra, cumpliendo su Palabra de Honor”. Volvía don Severo para ser fusilado.
El final de esta historia es feliz. El general Del Castillo no fue pasado por las armas. Rocha le contó a don Mariano Escobedo lo que había pasado, y éste al Presidente don Benito Juárez. El Benemérito, conmovido por la magnanimidad de los dos militares, indultó al general y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra Fuero.
Ayer como hoy así se comportan los hijos del Colegio Militar, cuna de honor, lealtad y patriotismo.