En el acto de inicio de campaña por la Presidencia de la República, Claudia Sheinbaum, a modo de consulta a quienes asistieron, dijo: “enviaremos, a ver qué opinan, ustedes me van a decir, enviaremos una iniciativa de reforma constitucional para recuperar la consigna que dio origen a la Revolución Mexicana y quedó plasmada en la Constitución del 17: sufragio efectivo, no reelección. No debe haber reelección a ningún cargo de elección popular a partir de [la] siguiente elección presidencial, del 2030. ¿Les parece?...” La gente gritó un largo “síiii…” y el compromiso quedó sellado: a partir del sexenio siguiente al que viene, sufragio efectivo, ninguna reelección. Ni del presidente, ni de legisladores, ni de alcaldes. De nadie.
Se trata de una buena propuesta, que pudo ser inmejorable si la hubiera planteado para implantarse a partir de las elecciones intermedias de 2026. Y es que la reelección nunca ha funcionado en México, mucho menos a partir de que se permitió para los legisladores, presidentes municipales, regidores y síndicos, que suelen representarse a sí mismos y al partido que los patrocina, pero no a los electores para dar cauce a sus necesidades. Más aún, la sola idea de que sigamos viendo con buenos ojos la reelección de unos, puede provocar que admitamos la de otros en el futuro y eso sí que sería muy peligroso para nuestra democracia. Por ello, que quien muy probablemente será la primera Presidenta se pronuncie claramente en contra de la reelección en todos los niveles es sumamente meritorio, al menos para los que reprobamos que nuestros representantes populares puedan apropiarse de los cargos públicos.
Algunos dirán que la reelección fomenta la carrera parlamentaria, fortalece la relación de confianza y colaboración entre los votantes y sus representantes y contribuye a una rendición de cuentas más robusta. Sin embargo, mientras que en otros países los legisladores interactúan con sus electores y llevan sus demandas a los congresos, esto no sucede en México. Nuestros parlamentarios no conocen a sus representados, ni estos a aquéllos, por lo cual, y como no podría ser de otra manera, los intereses del grupo social que se supone representan no tienen eco en las cámaras. Es claro que hoy día no puede hablarse entre nosotros de ninguna relación de confianza o de colaboración entre votantes y sus representantes, ni de la rendición de cuentas de los congresistas a su electorado. Nuestro modelo centra el poder político de la reelección en los partidos y no en la gente, lo cual incrementa las prácticas de trueque político, refuerza la conservación del poder sólo por el poder y favorece una representación legislativa excluyente basada en intereses de grupo. Esa es la realidad.
Ojalá en lo que resta de la campaña escuchemos qué opinan sobre este tema Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez. No es un asunto menor. Se trata de su visión de mediano y largo plazos sobre la solidez de nuestra democracia en un auténtico modelo republicano en el que los políticos sirvan a la gente y no se sirvan de los partidos políticos para adueñarse del poder. Ojalá, también, si los votos la favorecen, Claudia Sheinbaum lleve a buen puerto su proyecto antirreeleccionista, aunque sea a partir de 2030.