El más reciente motín ocurrido el pasado 1 de enero en el penal de Ciudad Juárez, Chihuahua, del que resultaron asesinados 10 custodios y 7 internos y consiguió la fuga de 30 reos, nos recuerda, una vez más, que nuestro sistema penitenciario vive en una eterna crisis. En un mal que sólo se explica por la sobrepoblación penitenciaria y el autogobierno, mezclados con corrupción, violencia y la comisión de delitos desde adentro.

Comencemos por la sobrepoblación. Atiborrar las cárceles refleja, ante todo, el fracaso del Estado en la efectiva prevención de los delitos. Ello, de por sí grave, empeora cuando se toma en cuenta que, según ha documentado la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la sobrepoblación se debe sobre todo al abuso de la prisión preventiva. Nuestras cárceles están llenas de personas que no deberían de estar allí, pero allí están porque casi cualquier delito es de prisión preventiva oficiosa y, en los que no, los jueces suelen imponerla a manos flojas. Más del 60 por ciento de las personas vinculadas a proceso están presas preventivamente a pesar de que pudieran estar sujetas a otras medidas cautelares, como brazaletes electrónicos, arraigo domiciliario y otras que serían menos invasivas y además evitarían sobrepoblación. El ejemplo más reciente es el muy triste caso de Jorge Claudio, el comerciante de tamales. Muerto a causa de un atropellamiento culposo, que no amerita prisión preventiva, las autoridades, con tal de evitarse críticas, encarcelaron al conductor, Ken Omar, forzando la figura del “dolo eventual”. Además del abuso, aportaron, así, al incremento de la sobrepoblación penitenciaria.

Luego tenemos el autogobierno. Son tantos los internos, que las autoridades penitenciarias resultan insuficientes para manejarlos bien. Simplemente, no pueden. Entonces, los reos toman el control de los penales. Ejercen violencia de todo tipo. Y acostumbrados a la corrupción, se dedican a cometer delitos a sus anchas. El autogobierno, claro está, lo asumen los más agresivos. Pero para los que no lo son, la cuestión es de sobrevivencia. Y todo ello, claro está, en connivencia con los pocos guardias penitenciarios. Así, el autogobierno provoca un círculo perverso de corrupción, violencia y delitos que campea en las celdas y en los patios que nadie quiere voltear a ver. ¿Cómo explicar, si no, los lujos de algunos internos? ¿O que muchos sentenciados permanezcan en centros preventivos cuando deberían estar en prisiones de ejecución de penas? ¿O que suela descubrirse droga, armas, teléfonos celulares y toda clase de artículos prohibidos en las revisiones al interior de las cárceles?

Mientras nuestras autoridades sigan limitándose a discursear que “implementarán medidas para que no vuelva a suceder” o a responsabilizar al pasado o a otra autoridad cada vez que ocurra un motín, la eterna crisis del sistema penitenciario continuará. Es momento de cambiar la estrategia. Y una forma de empezar, sin duda, es parar, pero ya, la sobrepoblación que resulta del abuso de la prisión preventiva. Entonces, se podrá gobernar a los reos que verdaderamente merezcan estar presos y será posible reducir la corrupción, la violencia y los delitos desde adentro. Si, en esto, menos sería más.



Abogado penalista.  
@JorgeNaderK

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