Acabo de leer Hacia el pantano, de Gerardo Laveaga. El libro me llevó, y esa es su pretensión para todo lector, a una reflexión sobre el derecho y la política de la mano de una narración sobre decisiones erróneas —o no tanto— ante las realidades de un país semejante al nuestro. Un profesor universitario que cede a los encantos de su alumna, interesada y desleal. Un abogado corrupto con piel de oveja. Un fiscal general atormentado ante circunstancias insospechadas que una y otra vez comprometen sus convicciones sobre autonomía del Ministerio Público, división de poderes e imperio de la ley, frente a los modos políticos para los que “el derecho es plastilina que se amolda a la interpretación más favorable de quien paga.” Y un recluso, el verdadero amor de la alumna, que conmueve al fiscal que previamente exigió su condena. Cuatro protagonistas cuyas historias se ensamblan con otros personajes del mundo jurídico y político para evidenciar el hilo conductor que propone la historia: la ley es un relato intersubjetivo ajeno a la verdad que representa en los ingenuos la piedra angular del Estado de Derecho, pero en realidad sirve a los poderosos —peces grandes que se comen a los chicos— como instrumento de dominación.

La obra es una fotografía de la naturaleza humana y su inevitable conexión entre las elecciones morales y sus consecuencias prácticas en el mundo cotidiano. A través de la narrativa, se desnudan las complejidades de la vida republicana en la que los límites entre lo correcto y lo incorrecto son cada vez más difusos y hacen emerger la fragilidad de decisiones humanas que impactan a millones de personas. Los protagonistas se encuentran en encrucijadas éticas —aunque no todos— donde cada acontecimiento revela un nuevo dilema. La presión social, la corrupción política y las expectativas impuestas por los roles tradicionales en el tejido social específico que dibuja la novela, actúan como fuerzas que condicionan las decisiones de los personajes en una época donde se les bombardea con la idea de que tienen el poder de crear su propio destino.

A pesar de estar enmarcada en una comunidad imaginaria, la novela refleja lo contemporáneo. Los acontecimientos que enfrentan los actores son atemporales. El ansia de poder, los apetitos por trascender a través de fama y prestigio, el miedo al fracaso, la renuncia a principios morales y, en fin, la lucha por el control a través del derecho, son temas que resuenan en todas las épocas y culturas. Por lo mismo, en muchos aspectos la historia es una premonición sobre lo que puede suceder en México en el futuro cercano: la configuración de una nación que leerá la democracia y el derecho diferente a como lo hicieron nuestros fundadores hace 200 años, para bien o para mal, dependiendo del lugar desde el que se mire.

Hacia el pantano pone el dedo en la llaga de la justicia en colisión con la política; del derecho ante las apetencias. No puede leerse sin sentir la provocación al debate que el autor nos sugiere, fiel a su estilo. Con esta novela realista, que recomiendo mucho, Gerardo Laveaga nos recuerda que, aunque todos enfrentamos pantanos, la verdadera cuestión está en cómo actuamos cuando nuestros valores y convicciones entran en crisis.

Abogado penalista.

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