Lo que comenzó como un ajuste de matices justificado con el manoseado principio de no intervención, se ha transformado en un viraje muy lamentable en las posiciones de México sobre derechos humanos en organismos internacionales. Fallidamente disimulado detrás de una serie de abstenciones, México ha abandonado lentamente “la protección y promoción de los derechos humanos” en varios países del mundo, incluyendo algunos de los más emblemáticos, a contrapelo de lo que durante años fue una prioridad de la política exterior de nuestro país y de lo expresamente mandatado por el artículo 89 de la Constitución.
El activismo de México en materia de derechos humanos se remonta más de dos décadas y llevó a nuestro país, entre otras cosas, a jugar un papel central en la negociación para la creación en 2006 del Consejo de Derechos Humanos (CDH) de la ONU. En cuanto fue establecido, México presentó su candidatura para ocupar unos de los 47 asientos y, una vez logrado el asiento, nuestro país fue elegido para ocupar la primera presidencia del nuevo órgano en reconocimiento a su contribución. Desde entonces, nuestro país ha sido miembro del CDH en cinco ocasiones, incluyendo el período actual (2021-2023). A lo largo de los años, México encabezó la adopción de docenas de resoluciones, participó en la negociación y copatrocinó muchísimas otras y, cuando fue necesario, condenó violaciones de derechos humanos en países muy diversos. En resumen, México era muy respetado, asumió un liderazgo más allá de América Latina y se convirtió en referencia para unos y otros, al punto de ser varios años reconocido por Human Rights Watch como el miembro más consistente del CDH.
Pero, como muestra el vergonzoso silencio ante los abominables ataques contra las mujeres iraníes o el comportamiento de México en la sesión del CDH que acaba de concluir, esto ya no es así. En Ginebra, nuestro país se abstuvo de apoyar tanto la resolución que estableció un relator especial para Rusia como la que extendió por dos años el mandato de la Misión Internacional Independiente sobre Venezuela, así como una moción que hubiera permitido un debate sobre graves violaciones de derechos humanos contra la minoría Uyghur en China. Si bien las dos primeras fueron adoptadas a pesar del voto mexicano, la moción sobre China no logró los votos necesarios, en parte como resultado de la abstención de nuestro país. La derrota ha sido particularmente dolorosa para los países que tan solo reclamaban la oportunidad de sostener un diálogo y que hubiera sido exitosa si México, Argentina y Brasil hubieran votado a favor.
Este patrón de votos se observa desde hace tiempo también en la OEA, en donde nuestro país se ha abstenido en casi todas las resoluciones de condena a Nicaragua, lo mismo que sobre la suspensión de Rusia como observador del organismo. En la Asamblea General de la organización, que acaba de concluir, nuestro país se negó incluso a sumarse a una declaración conjunta de apoyo a Ucrania y condena a la agresión rusa, a la que se unieron más de dos terceras partes de los miembros de la OEA. La cereza del pastel es el apoyo mexicano para la reelección de Venezuela como miembro del CDH, que afortunadamente fracasó la semana pasada en Nueva York.
Mientras que la “neutralidad” pro-rusa de México ha quedado ya al desnudo con todo y acuerdo espacial, a la comunidad internacional no la ha quedado más remedio que acostumbrarse a descontar las posiciones de México con respecto a las dictaduras de Nicaragua y Venezuela. Pero el voto sobre China ha cruzado un umbral más y resulta todavía más difícil de entender. Aunque es cierto que México no ha votado en contra de resoluciones o decisiones claves o controvertidas, la sola abstención envía un mensaje de falta de compromiso con las causas. Y, en el caso de votaciones apretadas como la cuestión de China, la posición de México está teniendo efectos concretos y socavando la agenda de protección de derechos humanos.
Si la intención del gobierno al abstenerse en estas votaciones ha sido quedar bien con Rusia, China, Nicaragua o Venezuela y, al mismo tiempo, evitar una reacción negativa de Estados Unidos o países europeos clave, no lo está consiguiendo. Crece la frustración, decepción e irritación de la sociedad civil y los países comprometidos con los derechos humanos, porque la evidencia acumulada es abrumadora. El patrón de votación y los frecuentes silencios ante situaciones inaceptables forman parte de una nueva alienación de México. Nuestro país está cada día más cerca de países en los que no se respetan los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho -como Cuba, China o Rusia- y cada vez más lejos de nuestros socios y vecinos, de los principios y valores que compartimos con Occidente.
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