Los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana sufrieron mucho para lograr reconocimiento internacional. En respuesta, el Canciller Genaro Estrada emitió en septiembre de 1930 un comunicado, que después se conocería como Doctrina Estrada, en el que informó que, a partir de entonces, México no otorgaría reconocimientos a gobiernos y se limitaría a “mantener o retirar a sus agentes diplomáticos”. Nada que ver con el principio de no intervención como frecuentemente se confunde entre la comentocracia.

Por: Jorge Lomonaco  

Algunos años después, la Carta de Naciones Unidas incorporó en su artículo 2 siete principios del derecho internacional que deberían ser observados por los Miembros. Esos principios son exactamente los mismos que se incorporaron al artículo 89 de la Constitución en 1988 como normativos para la conducción de la política exterior por parte del Ejecutivo. En otras palabras, México retomó sus principios de política exterior de la Carta de Naciones Unidas y no al contrario, como algunos suponen.

De los siete principios, dos han sido particularmente controvertidos a lo largo de las décadas. Muy pronto México, lo mismo que otros gobiernos autoritarios de la época, abrazó la no intervención como un acto defensivo: “yo no opino sobre otros para que otros no opinen sobre mí”. Por su parte, el principio de autodeterminación de los pueblos, que tiene su origen en los procesos de descolonización en África y Asia después de la Segunda Guerra Mundial y versa sobre las luchas por la independencia de esos países, fue reinterpretado por México y otros países como el derecho de los pueblos a elegir el gobierno que deseen, incluyendo uno autoritario o poco democrático, en los hechos encontrando la manera de justificar gobiernos encabezados por líderes impresentables.

Afortunadamente, pese a los instintos defensivos de los gobiernos emanados del PRI, México estuvo muy lejos de abstenerse de intervenir en asuntos internos de otros países, en algunos casos de manera muy abierta. Al estallar la Guerra Civil en España, nuestro país apoyó a la República, envió armas y se convirtió en su sede en el exilio. En 1973 rompió relaciones con Chile tras el golpe militar de Pinochet y ofreció asilo a cientos de chilenos que escapaban de la violencia. Durante los 70s y 80s mantuvo una clara distancia de las dictaduras militares que dominaron buena parte de América Latina. Nuestro país apoyó la Revolución Sandinista en Nicaragua, cuyos líderes arribaron victoriosos a Managua…en el avión presidencial mexicano. A lo largo de varias décadas, México tomó partido por la defensa de la democracia y la protección de los derechos humanos, pero lo hizo de manera selectiva: solo en caso de dictaduras de derecha. En otras palabras, México intervino en asuntos internos de algunos países y no de otros, en función de afinidades ideológicas y como si no hubiera también dictadores de izquierda.

La actitud defensiva de México dejó de tener sentido cuando nuestro país se abrió al escrutinio internacional, originalmente por decisión propia, hoy en día porque no hay alternativa. No importa cuánto nos abstengamos de opinar de los demás, estamos y seguiremos estando, afortunadamente, bajo la lupa de otros países, organismos internacionales, la sociedad civil, la prensa internacional, como en el caso de la reforma eléctrica y la aplicación selectiva de la justicia por parte de este gobierno. Pero cuando parecía que comenzábamos a dejar atrás discusiones dogmáticas sobre los principios de política exterior, la no intervención, como pieza central de la política exterior de México, regresó y por la puerta grande. De muletilla incómoda en discursos, los principios se han convertido en un fin en sí mismo para este gobierno, pero con inconsistencias cada día más evidentes. El doble rasero con respecto a las situaciones en otros países que se vivió durante la época de oro del priismo volvió pero con esteroides, como se ha observado en tiempo real, en ocasiones, en una misma mañanera. Así, México interviene abiertamente en Bolivia, Perú e, incluso, EUA, pero se excusa de denunciar graves violaciones de derechos humanos y el deterioro de la democracia en Cuba, Nicaragua o Venezuela, argumentando la no intervención. Son tantas las contradicciones que, incluso, se ha llegado al absurdo de considerar un conflicto internacional, la invasión de Ucrania por Rusia, como un asunto interno sobre el cual debemos permanecer neutrales. Groucho Marx estaría orgulloso de tanto manoseo.

Un resultado positivo de la manipulación constante de los principios de política exterior podría ser que, de una vez por todas, dejemos atrás los atavismos. México no puede seguir escondiéndose detrás de la no intervención para no tomar partido o justificar su inacción cuando se trata de la defensa de la democracia y la protección de los derechos humanos, ya sea en México o en otros países, independientemente de si son de derecha o de izquierda, amigos o rivales.

Diplomático de carrera por 30 años, exembajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos 
@amb_lomonaco 
 

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