“Dar palos de ciego” es una expresión políticamente incorrecta porque es discriminatoria con individuos con capacidades visuales disminuidas. Sin embargo, no encontré una mejor manera de describir en español (en inglés podría ser “a wild goose chase”) lo que hace el mundo frente a lo que sucede desde hace por lo menos una década, y de forma cada vez más acelerada en los últimos años.
En efecto, todas las naciones del mundo están sujetas, individual y colectivamente, a una serie de fuerzas internas y externas, muchas de las cuales son nuevas o desconocidas. Algunas son también contradictorias y hubieran sido en otros tiempos mutuamente excluyentes. Pero hoy ocurren simultáneamente: hiperinformación y conformación de monopolios de redes sociales; quema de carbón para producción de electricidad y transición a energías limpias; disrupción de cadenas de producción y nuevos proteccionismos; desempleo y escasez de trabajadores; avances científicos nunca antes vistos y nostalgia por el pasado.
Estos fenómenos y la forma en que suceden son señales de que vivimos un cambio profundo, probablemente una transición entre eras distintas, los estertores de un arreglo y el nacimiento de uno distinto. Pero como no entendemos los orígenes ni la profundidad o consecuencias de la mayor parte de los acontecimientos, reaccionamos “dando palos de ciego”.
Gobiernos, élites y ciudadanos en los distintos países responden de manera diferente, a cuál más absurda y, en muchos casos, de forma indignantemente regresiva. Unos generan conflictos bélicos y otros polarizan a sus sociedades. Unos más eligen a iluminados incompetentes, sin escrúpulos ni respeto por la democracia y el estado de derecho. La extrema derecha estadounidense socava avances civilizatorios como el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y se suma a otros sectores que buscan la involución en Occidente desde Occidente. Se galvanizan fuerzas racistas, xenófobas y discriminatorias en todas las regiones. Rusia invade Ucrania y hace de las armas nucleares una amenaza inminente por primera vez en seis décadas. Creemos haber superado la pandemia, pero a la fecha no sabemos si fue causa, consecuencia o ambas cosas, y seguimos cargando con sus secuelas sociales, económicas, geopolíticas y, sobre todo, humanas. Después de dos años de confinamiento, pretendemos regresar al business as usual para toparnos con el regreso de la inflación, la estanflación y la recesión de los 70´s. Tratamos de rescatar y, si se puede, reconstruir la arquitectura multilateral como respuesta colectiva a desafíos comunes, pero continuamos empapados de escepticismo hacia los organismos internacionales y de desconfianza sobre el otro. Y frente a ello, todos normalizamos lo que antes hubiera resultado inaceptable.
Al mismo tiempo, buscamos otros paradigmas, tratamos de construir nuevas alianzas o reconstruir viejas coaliciones, intentamos reagruparnos con los mismos o agruparnos con otros, o lo que se pueda. Así, muchos temen la emergencia de una China hegemónica que incentiva otras alineaciones, pero nadie puede garantizar que su arreglo interno esté exento de una implosión; México trata, sin éxito, de reanimar a la CELAC para sustituir a la OEA sin EU ni Canadá; Suecia y Finlandia rompen con su historia reciente para adherirse a la OTAN y hacen concesiones indignas a Erdogan sobre refugiados kurdos a cambio de que el líder turco levante el veto a su ingreso a la organización; Suiza deja atrás su neutralidad fundacional; España abandona a los saharauis para que Marruecos le haga el trabajo sucio de contención migratoria; Israel y buena parte de mundo árabe establecen relaciones; Latinoamérica se deja seducir por China pero sigue coqueteando con EU; desde la eterna rivalidad, India y China tratan de revivir a un BRICS moribundo ante la indiferencia rusa y brasileña; el Reino Unido se aferra a su atlantismo para compensar su vacío europeo; Cataluña busca la independencia…para luego ceder soberanía a la Unión Europea (UE); la propia UE anuncia con bombo y platillo la designación de Ucrania y Moldova como candidatos a la Unión, decisión meramente simbólica al tratarse de un proceso que durará por lo menos una década.
Nadie tiene mucha idea de cómo ni cuándo acaba esto. El reto será transitar a lo que sigue con los menores destrozos posibles, sin muchos sobresaltos más, evitando una gran depresión y una nueva guerra mundial, aprovechando lo que hemos construido y lo que hemos aprendido. Y, mientras tanto, México entero consumido por el juego de las corcholatas. “Que vivas tiempos interesantes” como reza la maldición china.
@amb_lomonaco
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