Jorge Lomónaco

Los temores del presidente

Jorge Lomonaco
28/03/2023 |05:35
Jorge Lomónaco
autor de OpiniónVer perfil

No es a los empresarios, la iglesia o los sindicatos. Tampoco a la sociedad civil, los medios o la oposición. Según gente cercana al presidente, López Obrador solo teme al Ejército y a Estados Unidos como factores que pudieran descarrilar su “transformación” y la continuidad de la 4T. En efecto, como nos recuerda frecuentemente en sus diatribas, al presidente le obsesiona la asonada en contra de Francisco Madero y el golpe de Estado a Salvador Allende, episodios en los que tanto los respectivos ejércitos como EU jugaron un papel determinante. Con una mezcla de nostalgia y victimización, López Obrador frecuentemente se identifica con ellos como si el México de hoy fuera el de 1913 o el Chile del 1973.

Lamentablemente, tales temores no se quedaron en la fértil y con frecuencia sesgada imaginación del presidente. Rápidamente inspiraron dos estrategias que son parte central del legado de este gobierno y que se transformaron en políticas públicas: la militarización y concesiones sin precedentes a Estados Unidos. Así, la 4T ha dado poder, protección y oportunidades de negocios al ejército como no ocurría por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial. Para EU, la 4T ha hecho el trabajo sucio de contención migratoria, tan valioso políticamente para Trump como para Biden.

Funcionales para el proyecto político de López Obrador aunque profundamente dañinas para el país, tras cuatro años de gobierno hay señales de agotamiento en ambos frentes, en buena medida como resultado de la “estrategia” de ‘abrazos, no balazos’ y las evidencias de una creciente participación del crimen organizado en política y cada vez más elecciones. Al interior del ejército hay tal inconformidad que, por primera vez en décadas, se registraron protestas de militares contra su comandante supremo en una veintena de ciudades. Por su parte, incapaces de lidiar con la crisis de opioides y siempre propensos a culpar a otros de sus problemas, los estadounidenses acumulan irritación y frustración ante el fracaso de la política de seguridad de la 4T.

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La condescendencia de Biden ante el chantaje migratorio de México ya no parece alcanzar para aislar a López Obrador del alud de presiones y críticas que, funcionarios, ex funcionarios, legisladores, centros de pensamiento y medios estadounidenses han lanzado directamente al presidente en las últimas semanas. A ello se sumó el devastador informe de derechos humanos del Departamento de Estado, que cayó como bomba en el gobierno. Fiel a su estilo y como si se tratara de actores nacionales a los que puede intimidar, López Obrador ha respondido con mentiras, descalificaciones, insultos, provocaciones y la delirante amenaza de intervenir en las elecciones estadounidenses de 2024. Al mismo tiempo, los 52 cónsules mexicanos en EU fueron reunidos e instruidos a “defender la soberanía nacional” con una campaña informativa, pese a que lo que se cuestiona no es a México sino al emperador desnudo.

Como era de esperarse, los reclamos a Estados Unidos ocuparon un lugar central en la concentración del 18 de marzo, convocada como lo hacen gobiernos autoritarios cuando se sienten amenazados. En su arenga, el presidente recurrió a la retórica nacionalista más rancia y al antiyanquismo para proteger no al país sino a su proyecto -y quizás a sí mismo-, y se escondió detrás de la trillada fórmula de “la defensa del pueblo” como si una invasión fuese inminente, cuando las reacciones estadounidenses más escandalosas son igualmente absurdas. En unas cuantas semanas quedó claro que, de cara a 2024, actores políticos en ambos lados de la frontera están dispuestos a usar al otro país con fines electorales.

Ya sea por temor, como combustible electoral para la 4T o ambos, todo indica que el presidente ha decidido incluir a EU en la larga lista de adversarios de los que se victimiza, a pesar de los costos para México y de contaminar la relación bilateral más importante. Porque lo que le importa es el poder, no el país, y porque la realidad es que, a pesar de sus delirios de grandeza, López Obrador no es Madero ni Allende. Tampoco Lázaro Cárdenas. Es un presidente que será recordado, en el mejor de los casos, por encabezar un gobierno con pulsiones autoritarias y muy incompetente.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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