Escribo esta columna en Buenos Aires, donde hace unas semanas se llevó a cabo una cumbre más de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y Caribeños o CELAC. Como ha ocurrido desde la fundación del mecanismo, la reunión concluyó sin acuerdos sobre cuestiones de fondo como democracia o derechos humanos, o con respecto a temas de coyuntura. Ni el predominio de gobiernos nominalmente de izquierda, supuestamente alineados, ni la expectativa del regreso no solo de Brasil sino de Lula resultaron suficientes para evitar una nueva decepción, porque el problema es estructural.
La eterna disfuncionalidad de la CELAC no se pude entender sin recordar sus orígenes. Desde muy temprano en su administración, el presidente Obama buscó un acercamiento con Cuba que culminó con el restablecimiento de relaciones entre ambos países en 2014. Los miembros de la OEA trataron de aprovechar el momento de distensión para dar vuelta a la página y revertir la suspensión de Cuba de la organización (que no expulsión, como cuenta la leyenda), en vigor desde 1962. Pese a que la decisión fue adoptaba en 2009 por consenso de todo el hemisferio, incluido EU, la isla Caribeña rechazó el ofrecimiento de regresar a la OEA. Pronto quedó claro que Cuba quería seguir jugando a la víctima y promoviendo la narrativa de que la organización está únicamente al servicio del “imperialismo yanqui” como “ministerio de las colonias”. De inmediato surgió una alternativa: crear un ente paralelo a la OEA del que serían excluidos EU y Canadá.
Para ello se decidió aprovechar el Grupo de Río, un mecanismo informal de consultas políticas establecido en las épocas de Contadora, para transformarlo en 2010 en la CELAC. Casi de inmediato, el nuevo mecanismo fue cooptado por Cuba y Venezuela con dos objetivos: imponer a la región en su conjunto sus posiciones sobre los diferentes temas de la agenda internacional y sustituir a la OEA por la CELAC. Ambos objetivos fracasaron y cuando Venezuela entró en crisis, con una región cada vez más dividida, el mecanismo languideció.
Con López Obrador en el poder, México entró al rescate como presidente pro tempore. Pese a ser una idea absurda e inviable, recicló la misma aspiración cubana de remplazar a la OEA, sin EU ni Canadá, al tiempo de pedir al vecino del norte, en abierta contradicción, una unión panamericana a imagen de la Unión Europea. Cuando fue ignorado por unos y otros, nuestro país dio respiración artificial al mecanismo saturando la agenda con iniciativas ingeniosas pero inútiles, como la creación de una agencia espacial regional.
Como si fuera un capítulo de Los Tres Chiflados, los mandatarios de los países más grandes de la región participaron en la Cumbre de Buenos Aires con ocurrencias y salieron con las manos vacías frente a un observador chino salivante. Pese a considerarla prioridad, López Obrador desairó a la CELAC con su ausencia. Ello no impidió que propusiera hacer gestiones conjuntas para liberar y, si se pudiera, reinstalar a Pedro Castillo en la presidencia de Perú. Fue ignorado. Lula y el argentino Fernández propusieron una unión monetaria, después de que éste afirmara que la inflación en su país era imaginaria. López Obrador rechazó la idea desde la distancia argumentado que el dólar estadounidense debería seguir siendo la referencia. Por su parte, Argentina trató de retener la presidencia para verse forzada a cederla a un títere caribeño de Maduro.
A diferencia de la OEA -que toma decisiones por mayoría cuando no hay acuerdos-, la CELAC apuesta al consenso, que simplemente no existe en América Latina sobre temas controvertidos. Así, superada la última cumbre, la región continúa acumulando desencuentros y la CELAC sigue siendo incapaz de gestionar crisis. Por un lado, ya sin embajadores, el pleito de México con Perú sigue escalando. Por el otro, salvo excepciones, la región ha preferido cerrar los ojos ante lo que sucede en Nicaragua y ha sido incapaz de coordinar una respuesta firme, incluso ante la decisión de confiscar propiedades, retirar la nacionalidad y expulsar a más de 300 nicaragüenses de su país. Resulta evidente que, pese a la retórica, la realidad es que la nuestra es una región heterogénea, que se debate de nuevo entre democracia y autoritarismo, que está dividida entre EU, China y Rusia, y enfrentada en torno a proyectos nacionales y, a veces, meramente personales. La CELAC es reflejo y producto de ello porque la anhelada unidad latinoamericana no deja de ser solo eso, un sueño, aunque sea de Bolívar.
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Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos
@amb_lomonaco