Al presidente le gusta enviar cartas a dignatarios extranjeros como si el mundo se hubiera detenido en el siglo pasado. Su prosa es desigual, como si proviniera de plumas distintas, y está cargada de ideología setentera y de lugares comunes más propios de canciones de protesta. Sin embargo, López Obrador está convencido de que, también con sus misivas, está haciendo historia y está cambiando no solo a México sino al mundo.

Al presidente también le gusta hacer públicas sus cartas. Por ello, con frecuencia el destinatario se puede enterar del contenido de la misiva durante una mañanera, aun antes de recibirla. Muchos receptores prefieren delegar su lectura y respuesta a algún ayudante. Otros optan por ignorarlas. Pese a ello, las cartas resultan muy reveladoras de las ideas, las obsesiones, los motivos, las preocupaciones y limitaciones de López Obrador, lo mismo sobre temas francamente irrelevantes, como la exigencia de perdón a la Corona española, que sobre cuestiones de mayor importancia como la dirigida a Xi Jinping.

El hecho mismo de escribir una carta a otro jefe de Estado a quien nunca ha tratado, ni siquiera saludado, es por lo menos poco ortodoxo. A falta de un encuentro previo con el premier chino y ante un tema delicado como el tráfico de fentanilo, lo aconsejable hubiera sido una exploración a nivel de embajadas, seguido de una reunión entre cancilleres. Y, sobre todo, mucha discreción y sigilo, sobre todo si lo que se buscaba era colaboración e información potencialmente incriminatoria. No es difícil concluir que, al hacer pública la carta a Xi Jinping, el presidente pecó de inocente. O bien que se trató de una puesta en escena, una simulación. Otra más.

El contenido de la carta muestra muchas cosas. Para empezar, que López Obrador está muy preocupado por la reacción estadounidense ante el fracaso de su política de seguridad y la falta de resultados en la lucha contra los opioides. También revela que no acaba de entender la diferencia entre el fentanilo de uso médico y el tráfico ilegal del opioide y que confunde precursores con el producto de los laboratorios clandestinos. En su misiva, el presidente continúa negando que haya producción de fentanilo en territorio nacional, al tiempo que exhibe la incapacidad de su gobierno para interceptar el opioide o sus precursores y pone en evidencia que las aduanas no tienen siquiera información. Al mismo tiempo, la carta deja muchas interrogantes: ¿serán sinceras las confusiones del presidente?; ¿acaso no le importa hacer un nuevo ridículo internacional?; ¿qué pensará la cúpula de la Armada, a cargo de las aduanas, al ser exhibida por el presidente como incapaz de detectar o cuantificar, ya no digamos impedir el paso de precursores o fentanilo por puertos mexicanos?; ¿cuál fue el papel de la Cancillería?.

La brecha entre las mañaneras y la realidad es cada día mayor y más evidente. Esta saga no es la excepción. Al presumir la carta, López Obrador nos aseguró que, literalmente de un plumazo, había resuelto la crisis. La epopeya de la 4T a la vista de todos. En el proceso, sin embargo, el presidente trató de responsabilizar a China de las deficiencias de su administración. Ello obligó al gobierno de ese país a dar una respuesta asertiva en lugar de guardar un diplomático silencio. Con evidente molestia, la vocera de la cancillería china atajó las insinuaciones afirmando, con o sin credibilidad, que no existe tráfico ilegal de fentanilo desde China y que su país nunca ha sido notificado por México de la incautación de precursores provenientes de la nación asiática. En pocas palabras, el gobierno chino exhibió al ya desnudo emperador mexicano.

Estados Unidos no se quedó atrás. Por una parte, acusó a China de traficar con el opioide y sus precursores. Por la otra, convocó a medio gabinete mexicano a Washington para un apretón de tuercas. En una muestra de profunda desconfianza hacia México, pocas horas después anunció que, tras infiltrar el Cártel de Sinaloa, lanzaba un megaoperativo contra 28 individuos, incluidos los “Chapitos”. Así, de manera por demás ominosa sobre todo para el presidente, la DEA volvió a fijar la agenda. Y, pese a sus episodios de furia patriotera, López Obrador se allanará porque se ha arrinconado y está perdiendo el control.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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