Adelantadas por una sorpresiva jugada táctica del presidente Pedro Sánchez, el 23 de julio se llevarán a cabo elecciones generales en España, apenas ocho semanas después de los comicios municipales y autonómicos del 28 de mayo. La efervescencia que ha vivido el país con dos ciclos electorales superpuestos ha traído de todo, desde alta política hasta varias notas de color, que incluyen una concejal secuestrada por la pareja de una alcaldesa, un pueblo entero que se abstuvo de votar porque todos los candidatos habían sido impuestos desde Madrid, otro alcalde que llevó la urna de votación de casa en casa y varias acusaciones de fraude en voto por correo.

Los sondeos han dado ventaja al opositor Partido Popular (PP) pero también confirmado que no podría gobernar el país en solitario. Ello ha moldeado las estrategias de los dos partidos principales. Por un lado, el PSOE ha basado su campaña para permanecer en el poder en sus logros pero, sobre todo, en advertir el riesgo de que el partido franquista Vox llegue al gobierno de la mano del PP, argumentando cada vez más explícitamente que un voto por los Populares es un voto por la ultraderecha. El PP, por su parte, se ha centrado en ataques personales al presidente de gobierno, prometiendo acabar con el “Sanchismo”. El PP ha tratado de dibujar un presidente antipático, aprovechar sus errores y, sobretodo, el rechazo de muchos electores que se sintieron traicionados por la coalición del PSOE con Unidas Podemos y las alianzas puntuales para sacar leyes y presupuestos con partidos independentistas catalanes y con EH Bildu, sucesor de ETA desmovilizada.

Pese a ser el gran ganador de las elecciones municipales y autonómicas de mayo, el PP tenía que conformar coaliciones con Vox para gobernar en más de cien ayuntamientos y hasta media docena de comunidades autonómicas. Sin embargo, el sorpresivo adelanto de elecciones generales cambió el panorama. El líder de los Populares, Alberto Núñez Feijóo, entendió muy bien que acuerdos con Vox podrían confirmar las advertencias del PSOE y anunció la posposición de negociaciones entre el PP y el partido ultraderechista hasta después de las elecciones generales.

A pesar de sus esfuerzos, Feijóo fue incapaz de contener la ambición y la ansiedad de muchos candidatos Populares. A lo largo del país comenzaron a cerrarse pactos entre el PP y Vox. Inmediatamente después de sus investiduras, alcaldes del PP, en coalición con Vox, anunciaron sus primeras medidas, cada una más extrema que la anterior como si se tratara de una competencia entre nostálgicos del franquismo, incluyendo la eliminación de ciclopistas, de banderas arcoíris de los ayuntamientos y del uso del término ‘violencia de género’ por ser un “concepto de izquierda”. Para formar gobierno en la Comunidad Valenciana, por ejemplo, el PP se entregó a la agenda de Vox al incorporar en el programa acordado, entre otras, la derogación de “normas” de memoria histórica, la eliminación de apoyos a iniciativas culturales regionales -lo que podría revivir instintos separatistas- y la imposición del pin parental, que obligará a recabar autorización expresa para que los colegios impartan educación sobre cuestiones como identidad de género, feminismo o diversidad LGTBI.

Mientras que la izquierda populista se moderaba en torno a Sumar de Yolanda Díaz, la derecha se radicalizaba. La España moderna, liberal y tolerante reaccionó con indignación y rechazó la cavernícola agenda de la ultraderecha. Al sucumbir tan pronto en los brazos de Vox, el PP había dado munición poderosa a Sánchez. Pero, al arranque de la cortísima campaña formal de 15 días, el PSOE parecería haberse beneficiado menos que su rival, al generarse un lento trasvase de votos al PP - sobretodo desde Vox- que, por buenas y malas razones, tratan de asegurar que los Populares gobiernen en solitario.

Pese a ello, Feijóo ha mantenido la puerta abierta a una coalición con Vox mientras que insiste en tratar de responsabilizar a Sánchez en caso de que el partido franquista forme parte del gobierno, argumentado que una abstención del PSOE durante la investidura del jefe de gobierno bastaría para cerrarle el paso. La izquierda, por su parte, tiene fuertes incentivos para movilizarse y no se puede descartar que sumada logre asientos suficientes para prevalecer. Así las cosas, persiste la incertidumbre sobre el desenlace de la elección y, todavía más, sobre el resultado de las potencialmente complejas negociaciones para formar gobierno.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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