Pocos conocen el llamado Tratado Santa María-Calatrava de 1836, vigente a la fecha, pese a que, con éste, la Corona española reconoció finalmente a México como “nación libre, soberana e independiente” y que ambos países dejaron sentado el tono de sus relaciones a futuro. Entre otros términos, México y España se comprometieron a otorgarse de manera recíproca trato de nación mas favorecida, “olvidar para siempre las pasadas diferencias y disecciones” y “una amistad general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna”. En otras palabras, mirar hacia adelante.

Lamentablemente, los gobiernos rara vez resisten la tentación de hacer uso político de la historia. En México, por ejemplo, la demagogia post-revolucionaria exaltó las culturas prehispánicas y atizó sentimientos anti-españoles de los que incluso los refugiados de la Guerra Civil española fueron víctimas frecuentes. Quizás por ello, durante una reunión en Oaxaca con representantes de pueblos originarios celebrada en 1990, el Rey Juan Carlos “lamentó los abusos que se cometieron durante la Conquista, a pesar de que la Corona de España procuró defender siempre la dignidad del indígena”. No obstante estos antecedentes, López Obrador decidió revivir la cuestión de los excesos cometidos durante la Conquista y exigir disculpas. ¿Porqué?

Para que una gestión diplomática o una iniciativa política tenga éxito, en particular sobre una cuestión tan sensible, es necesario conversar, convencer, negociar, acordar con las contrapartes en un ambiente de discreción, porque a nadie le gusta ser puesto contra la pared. López Obrador lo sabe muy bien. No fue el caso con España quizás porque no quería disculpas sino pleito en un contexto de animadversión contra “gachupines” y “yanquis” inducidas durante décadas en nuestro país. En otras palabras, lucrar políticamente.

Las historias “oficiales” de ambos países están plagadas de mitos y tienden a ser maniqueas, con buenos, fieles, civilizados, generosos (nosotros) por una parte, y malos, infieles, salvajes, crueles (ellos) al otro lado del Atlántico, cuando la realidad tiene múltiples tonos de grises. No sorprende, por tanto, que tres siglos de virreinato no ocupen más de un par de páginas en los libros de enseñanza de la historia del gobierno mexicano. Como algunos han sugerido, en lugar de una disputa, México y España podrían haberse beneficiado, por ejemplo, del establecimiento de una comisión multidisciplinaria integrada por expertos independientes de los dos países para, sin apasionamientos ni sesgos políticos, identificar abusos y excesos pero también contribuciones a ambas sociedades de nada menos que 300 años de historia común y de lo que alguna vez se llamó, quizás con mejor tino, “el encuentro de dos mundos”. Sin conquista, virreinato e independencia México y España no serían lo que son hoy. Con EU estamos inexorablemente unidos por la geografía. Con España, por la historia. Nos guste o no, México es tan heredero de los mexicas y los mayas como de la Nueva España. Tal vez todavía sea posible convertir desacuerdos en una oportunidad para entender y valorar sin prejuicios el pasado en ambas naciones.

México acumula problemas en las relaciones con varios gobiernos del Mundo Mundial, producto más de filias y fobias de López Obrador que del interés nacional. Tendrán que repararse. Con España será necesaria una fórmula que permita salvar cara a los líderes de ambos países.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos @amb_lomonaco

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