Durante la Guerra Fría el planeta se dividía en tres. Por un lado, el “Primer Mundo”, integrado por países afluentes, con un sistema capitalista, aliados de EU. Por el otro, los países detrás de la Cortina de Hierro, con un sistema socialista o comunista, aliados de la Unión Soviética. Por último, el “Tercer Mundo”, compuesto por países atrasados que, bajo el liderazgo de unos cuantos, se terminaron agrupando en el Movimiento de los No Alineados para ejercer una mayor influencia en la arena internacional bajo la pretensión de una supuesta neutralidad que, con el tiempo, se convirtió en una militancia anti-estadounidense. Particularmente durante los 70’s del siglo pasado México fue un orgulloso militante del Tercer Mundo, cuyas causas incluso trató de liderar el entonces presidente Echeverría.
La caída del Muro de Berlin y el triunfo del capitalismo trajo una nueva división del mundo en dos, menos ideológica, vinculada a indicadores económicos y sociales: “países desarrollados” y “subdesarrollados” los que, con el tiempo, se rebautizaron por corrección política como “en vías de desarrollo”. Más tarde surgió una categoría intermedia, una especie de clase media, aspiracionista, ambiciosa y dinámica, las llamadas “economías emergentes”. Como resultado de la apertura de su economía, el cambio de modelo de desarrollo y el consecuente crecimiento económico, su ingreso a la OCDE y mejores indicadores sociales, nuestro país se convirtió pronto en una economía emergente que pretendía convertirse en desarrollada, graduándose como donante neto de ayuda al desarrollo en 2010. En el proceso, para México dejó de tener sentido apoyar los intereses de países como China, India, Sudáfrica, Irán o Egipto. Consecuentemente, las posiciones de nuestro país comenzaron a converger con las de sus socios en Europa Occidental, Canadá o, incluso, EU, en temas como democracia, derechos humanos y estado de derecho, comercio, propiedad intelectual y cambio climático, igualdad de género, matrimonio igualitario y otras libertades.
El fin de la luna de miel posterior al colapso de la Unión Soviética, la reaparición de conflictos entre las grandes superpotencias y la emergencia de un mundo ya no bipolar sino multipolar revivieron el concepto de “Sur Global”, utilizado por primera vez por Carl Oglesby en 1969, que se refiere a aquellos países con una "historia interconectada de colonialismo, pobreza y grandes desigualdades". El término es hoy ampliamente utilizado en la academia, la diplomacia y los medios y puede incluir a gran parte de América Latina, Asia y Africa. Como resultado, el mundo se divide ahora entre el Norte y el Sur Global. Tal sobre-simplificación de un entorno cada día más complejo ha resultado contraproducente para la convivencia internacional, al magnificar las diferencias entre países ricos y países pobres, naciones democráticas y autoritarias. Ha generado, además, un caldo de cultivo ideal para que Rusia y China cortejen de forma mucho más efectiva a los países del Sur Global, en particular cuando se trata de gobiernos autoritarios, que son los que predominan.
En México, el gobierno saliente comparte muchas de la posiciones de buena parte del Sur Global, incluyendo fobias hacia EU, España y los organismos internacionales “neoliberales”, la llamada “Nueva Escuela Mexicana” -que trata de combatir “procesos de colonización” en la educación-, el rechazo al escrutinio internacional y la aversión por la libertad de prensa, la rendición de cuentas y los contrapesos. Pero México es uno de esos países que no pertenece ni al Norte ni al Sur. Se encuentra un poco a caballo entre ambos. Quizás por ello, el gobierno que termina ha tratado de disfrutar “lo mejor de dos mundos”, aprovechar las ventajas de la relación con sus socios del Norte Global y, al mismo tiempo, militar en filas “antiimperialistas”, coquetear con China y Rusia, proteger a gobiernos autoritarios. Sin embargo, lo ha hecho a un alto costo para el prestigio, la confianza y la credibilidad de México en la escena internacional. Seguramente vendrán definiciones y ajustes.
Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos
@amb_lomonaco