La Comisión de Venecia, órgano del Consejo de Europa dedicado a la consolidación de democracias sostenibles, acaba de emitir una opinión consultiva sobre la propuesta de reforma electoral del gobierno. En un detallado análisis, la Comisión destroza la reforma con una serie de observaciones, incluyendo que la propuesta “no ofrece garantías suficientes de independencia e imparcialidad del INE y los jueces del Tribunal Electoral” y "afecta la calidad y certeza de los procesos”. La 4T y sus paleros reaccionaron como acostumbran, calificando al órgano de colonialista e injerencista. Probablemente ignoren que México es miembro de la Comisión y que, en esa capacidad, solicitó la opinión. También olviden que la opinión no ocurre en el vacío sino en un país consumido por una sucesión adelantada, polarización, golpes bajos e insultos, pero también con una oposición menospreciada y una narrativa de inevitabilidad plagada de temores, contradicciones y incentivos para la trampa.

El presidente López Obrador argumenta continuamente que sus tres o cuatro corcholatas serían extraordinarios candidatos a la presidencia y que, en cambio, la oposición no cuenta con rivales equivalentes. La mayoría de la opinión pública, incluyendo analistas muy críticos de la 4T, han comprado la narrativa, juzgando con raseros distintos a unos y a otros, de manera muy condescendiente a las corcholatas, muy rigurosa a los aspirantes de la oposición. Así, lo que en Morena es calificado como “experiencia” o “carrera política propia”, en la casa de enfrente son “los mismos nombres de siempre” o “políticos cargados de mañas, con cola que les pisen”.

Es verdad que en la oposición no hay ni un Macron ni un Boric , pero mucho menos en Morena. No, la ventaja de las corcholatas y los aspirantes de la oposición no radica en las mujeres y los hombres en un lado u otro, ni en su trayectoria, peso específico o capacidad, ni tampoco en su gracia o habilidad para comunicar. La diferencia es que Morena cuenta con toda la maquinaria del Estado, incluyendo ríos de dinero, la capacidad de movilizar servidores públicos, uso político del aparato de justicia, acceso asimétrico a medios de comunicación, la posibilidad de violar continuamente la ley electoral sin consecuencias, generosos programas de compra de voto y el peso que la autoridad paternal de la figura presidencial ejerce todavía sobre el inconsciente colectivo de los mexicanos. Y, por si fuera poco, el ejército jugando un papel crecientemente partidista.

Al mismo tiempo, el presidente se dedica todos los días a crear la sensación de inevitabilidad, de hecho consumado: no hay manera de ganarle a Morena. Y para muchos, incluyendo parte de la comentocracia, si lo dice el presidente será cierto. La batalla, en efecto, es muy desigual. Habría que preguntar entonces, ¿por qué está López Obrador tan molesto y preocupado? y, quizás más pertinente aún, ¿por qué poner en riesgo la legitimidad de su sucesor si no hace falta?, ¿es que acaso considera que resulta necesario hacer trampa para ganar?

La obsesión del presidente con el INE exhibe lo mismo su rencor que sus inseguridades con respecto al 2024. Ataques constantes para socavar su autoridad, maniobras para constreñir sus capacidades o colonizar su estructura y si, se puede, reformas para acabar con su autonomía. ¿Para qué?. Resulta evidente. El presidente trata de eliminar las reglas que garantizan una elección libre, equitativa y transparente o bien, crear las condiciones para desconocer un resultado desfavorable. ¿Será entonces que López Obrador teme que su corcholata podría perder la elección?

De ser así, hay por lo menos dos claros mensajes para la comentocracia y la oposición, entendida como mucho más que tres o cuatro partidos. Mensajes que, no obstante ser obvios y bien conocidos, parece necesario repetir y repetir, todos los días, a todas horas, como hace el presidente. El primero es que, como dicen, “sí hay tiro”, siempre y cuando vayan juntos y elijan a la persona adecuada por el mejor método posible. El segundo es que resulta indispensable no solo defender al INE y el Tribunal Electoral, sino también garantizar los recursos humanos y presupuestarios necesarios para que el sistema cumpla satisfactoriamente, lo mismo que cerrar todo resquicio para que, desde el poder, se intente posponer el proceso o desconocer su resultado. Y es que, en 2024, México se juega mucho y el mundo -confío- estará atento.

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Diplomático de carrera por 30 años, ex-embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos 
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