En menos de dos meses se cumplirán dos años desde que las tropas rusas invadieran Ucrania. Para sorpresa de muchos, empezando por Putin, Ucrania ha resistido e, incluso, recuperado algo de territorio gracias al valor y coraje de los ucranianos y a las armas y recursos proporcionados por EU y Europa Occidental. Pero, mucho meses después y pese a la destrucción y muerte, sanciones y condenas, poco ha cambiado en la dinámica del conflicto. Hay una suerte de estancamiento porque Rusia no puede ganar la guerra y Putin no puede perderla. La disputa está lejos, muy lejos de resolverse y, sin embargo,

se habla mucho menos de la invasión rusa desde el 7 de octubre, cuando Hamás atacó a Israel. Por si fuera poco, los nuevos fondos de ayuda europeos y estadounidenses a Ucrania se han vuelto objeto de chantaje por parte de Hungría y el Partido Republicano, respectivamente. Resulta evidente que en la Unión Europea y EU hay lo mismo tontos útiles que admiradores, secretos o no, de Putin, que parecen olvidar que las democracias occidentales se juegan mucho en Ucrania.

Por el contrario, la guerra entre Israel y Hamás ha capturado la atención de los gobiernos, la ONU y la opinión pública, aun a costa de Ucrania. Salvo parte del mundo árabe y setenteras y vergonzosas excepciones, la comunidad internacional condenó los ataques de Hamás y se solidarizó con las víctimas. Sin embargo, la feroz reacción israelí y la desproporción de su respuesta indiscriminada comenzó a tamizar las posiciones. Ha tomado tracción la narrativa de que es posible condenar a Hamás y, al mismo tiempo, a Israel por el altísimo número de víctimas civiles en Gaza. En respuesta, el gobierno israelí, cada día más aislado, ha reaccionado con furia poco diplomática, lo mismo contra España que contra la ONU.

La situación es tal que la Corte Penal Internacional investiga la comisión de posibles crímenes de guerra cometidos por ambos bandos. La administración Biden ha tratado de moderar a Netanyahu, sugiriendo un cambio de estrategia, advirtiendo la creciente soledad de su gobierno y negociando “pausas humanitarias” para permitir la liberación de rehenes y la llegada de ayuda humanitaria, saboteadas por ultras de ambos lados que, por momentos, parecen ayudarse. Antonio Guterres invocó un artículo de la Carta de Naciones Unidas (99), que no utilizaba un Secretario General de la ONU desde 1989, para exigir al Consejo de Seguridad (CSONU) pronunciarse sobre la situación por constituir un riesgo para la paz y seguridad del mundo. Si bien el CSONU adoptó en la víspera de Navidad una decepcionante resolución sobre monitoreo de ayuda humanitaria, no ha podido ponerse de acuerdo sobre el cese de las hostilidades debido al veto de un gobierno estadounidense sin márgenes, acosado desde varios costados por los republicanos y presionado por Israel. Es claro que lo que está en juego, a pesar de las víctimas civiles en ambos bandos, es el control de Gaza.

¿A quién beneficia este nuevo conflicto en Medio Oriente? A Rusia, Irán y Netanyahu. La guerra entre Israel y Hamás le vino como “anillo al dedo” a Putin, al desviar la atención de Occidente, sólidamente enfocada en Ucrania hasta entonces, y colocar a EU y Europa Occidental entre la espada y la pared: obligados por su alianza con Israel o el sentimiento de culpa por el holocausto y, al mismo tiempo, horrorizados ante la brutalidad de la respuesta israelí. Por su parte, los ataques de Hamás desestabilizaron a Israel y reventaron el muy avanzado proceso de normalización de las relaciones entre dos archirrivales de Irán —Israel y Arabia Saudita. Y, mientras la guerra continúe, Netanyahu permanecerá al frente del gobierno y seguirá postergando el encontronazo con la justicia de su país que, tarde o temprano, agregará a los cargos de corrupción la responsabilidad del premier israelí por las fallas de inteligencia que permitieron los ataques de Hamás y su manejo del conflicto mismo. En el resto del mundo, sin embargo, nada se escucha más fuerte que el llamado a parar ya la carnicería de unos y otros.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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