Independientemente de las declaraciones y compromisos que se adopten al concluir la reunión, resulta evidente que la atención de la opinión pública sobre la Cumbre de las Américas se ha concentrado en quién asistió y, más aún, quién no y porqué.
Como se sabe, a la petición de que se invitara a Cuba, Nicaragua y Venezuela a participar en la Cumbre siguió la amenaza del presidente López Obrador de no asistir a la reunión. Cerca de una veintena de países se sumaron a la petición aunque no todos al boicot. Las naciones del Caribe, que habían amenazado antes que México con boicotear la reunión, se sintieron apoyadas. Se sumaron Bolivia, Honduras y Belice y países como Guatemala y El Salvador, motivados por coyunturas políticas internas muy específicas. Mientras tanto, el Brasil de Bolsonaro, por razones que nada tenían que ver con la exclusión de los países sin compromisos con la democracia, no confirmaba su participación. Así, Biden había sido arrinconado públicamente y obligado a elegir entre dos alternativas que parecían imposibles: ceder ante el chantaje del presidente mexicano y abrirse un boquete inmenso frente al partido republicano o ser anfitrión de una cumbre desangelada, sin quórum a nivel jefes de estado, incluyendo las ausencias de los líderes de los dos países más grandes del hemisferio, Brasil y México. Para muchos en México se trataba de una jugada maestra del presidente López Obrador. Pero la jugada prevaleció tan solo hasta que finalmente la diplomacia estadounidense comenzó a operar.
La participación de los gobiernos de Nicaragua y Venezuela estaba descartada de cualquier manera. Daniel Ortega declinó antes de ser desairado. Maduro, quien enfrenta una orden de aprehensión por narcotráfico en EU, cínicamente prefirió solicitar una visa para un festival de salsa en Nueva York. La manzana de la discordia era, en consecuencia, solo Cuba cuyo régimen, al final, no fue invitado. A un intento genuino de llegar a un acuerdo con México siguieron filtraciones sobre la posibilidad de invitar a una “delegación técnica” cubana con carácter más bien observador que, al distraer, abrieron un espacio para la operación estadounidense. En unos cuantos días, la mayor parte de los líderes del Caribe habían confirmado su participación, lo mismo que los de Centroamérica. Argentina y Chile, que tan solo habían pedido la inclusión de todos los países, también confirmaron a nivel presidencial. Más significativo aún, Bolsonaro también cedió. Al final, México se quedó acompañado únicamente por Bolivia y, tal vez, un par de países más. López Obrador había tratado de aislar a Biden para quedar, de nuevo, aislado en la región.
En mi columna anterior señalé que el resultado del desencuentro entre ambos países dependería de las verdaderas motivaciones de López Obrador y las concesiones de Biden. El presidente mexicano no participará en la Cumbre pese a haberse quedado prácticamente solo y a pesar del reiterado “interés personal” de Biden de contar con su presencia. Para algunos, la decisión será una muestra de independencia y de consistencia con su amenaza. Para otros, sin embargo, es señal de que entre sus múltiples motivaciones, una muy importante era tener una excusa para no participar en una reunión incómoda, en la que no sería el centro de atención y que no podría controlar, así como evitar un encuentro con migrantes en la ciudad estadounidense más mexicana, que es cada vez más difícil de eludir sin exhibir hipocresía. Por su parte, más allá de los garrotes y las zanahorias que aseguraron la presencia de otros líderes, Biden no parece haber hecho concesión sustantiva alguna a México excepto haber sido, por lo menos públicamente, amable y cortés con López Obrador.
El desenlace muestra que la telenovela era evitable. Exhibe la desatención de EU hacia América Latina, una dosis de soberbia y errores en la preparación de la reunión. Desnuda la debilidad institucional del mecanismo de cumbres pero, sobre todo, patentiza las divisiones en la región y que la cacareada unidad latinoamericana es tan solo una idea romántica con muy poco sustento. También ilustra que la paciencia de la administración Biden con la 4T tiene límites y exhibe los costos de conducir la política exterior con base en agendas personales y frivolidad. Al final, pierde México, pierde EU y pierde la Cumbre.
@amb_lomonaco
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