Como ha confirmado la visita del presidente López Obrador a Cuba, la épica de la relación de México con el régimen cubano está plagada de hipérboles y leyendas. Una de ellas es el genial titular de “comes y te vas”, con el que Carlos Marín y después el resto de México ha descrito desde entonces la que fue la última visita de Castro a nuestro país hace justo 20 años, con motivo de la Cumbre de Naciones Unidas sobre Financiamiento para el Desarrollo. Genial, porque se trata de una frase pegajosa e ingeniosa que ha sobrevivido por décadas, pese a que no refleja la complejidad del accidentado viaje y de que fue extraída sin contexto de una grabación editada por los cubanos.
El titular se basó en otra leyenda: que el gobierno de George Bush pidió a México que Castro no participara en la Cumbre de Monterrey o que, incluso, el presidente estadounidense condicionó su presencia en la reunión a la ausencia del mandatario cubano. Los estadounidenses nunca plantearon tal cosa. En efecto, la posible participación de Castro generaba incomodidad para el gobierno de Fox, como había sido el caso para el de López Portillo durante la Cumbre Norte-Sur o para tantos otros anfitriones de reuniones internacionales. Esto era así porque el líder cubano tenía la costumbre de hacer escándalos, conducir agendas paralelas y generar controversias; en otras palabras, arruinar las cumbres y agitar. El gobierno de Fox tenía evidencia de sobra de que todo ello iba a ocurrir con motivo de la Cumbre de Monterrey, en caso de que Castro viajara a nuestro país. Pero no había nada que México pudiera hacer al respecto porque nuestro país era solo anfitrión y no convocante de una reunión organizada por Naciones Unidas, porque habría sido incorrecto y contraproducente, y porque Castro disfrutaba de mantener en vilo a todos hasta al último minuto. Así lo hizo con Monterrey. Los cubanos se negaron durante semanas a informar quién sería el jefe de su delegación y no fue sino hasta la víspera del segmento del alto nivel de la Conferencia, en el que hablarían los jefes de Estado, que Castro pidió hablar con Fox.
Fox condujo la conversación con base en un guión cuidadosamente preparado por la Cancillería, como deber de ser. Ante el temor fundado de que los cubanos grabaran y filtraran la conversación, Fox insistió en varias ocasiones en que era privada, como corresponde a un diálogo entre jefes de Estado. Castro, por su parte, tras informar que llegaría esa misma noche a Monterrey, exigió un lugar privilegiado en la lista de oradores e informó que una vez concluida su intervención abandonaría la Conferencia. Fox le respondió que asignar el lugar que exigía no estaba en su manos, le conminó a asistir al almuerzo y, para compensar, le invitó a ocupar un lugar en su mesa, que era la de honor en su calidad de anfitrión. Así, contrario a la impresión generalizada, “comes y te vas” fue en gesto de cortesía ofrecido como alternativa a “hablo y me voy, sin comer”, como era la intención de Castro y, como al final ocurrió, tras pronunciar un discurso incendiario. Como claramente era su propósito, con el escándalo el mandatario cubano borró de un brochazo la enorme importancia de la Conferencia y el éxito que la diplomacia mexicana se había anotado al conseguir que, después de décadas de no hacerlo, los grandes donantes volvieran asumir compromisos para otorgar ayuda al desarrollo en el marco de Naciones Unidas.
Unas cuantas semanas después comenzó el chantaje cubano. Si México votaba a favor de la crítica resolución anual del Comité de Derechos Humanos sobre la situación de derechos humanos en Cuba, el gobierno de Castro haría pública la conversación entre ambos mandatarios. Mexico no podía aceptar el chantaje por muchas razones, incluyendo el hecho de que la situación de los derechos humanos en Cuba era, como lo sigue siendo, desastrosa.
México votó a favor de la resolución presentada en Ginebra y, unos días después, la conversación se hizo pública, editada y editorializada por la televisión oficial cubana, traicionando una de las reglas básicas en la relación entre jefes de Estado: la confianza. Dada la influencia que Castro ejercía sobre buena parte de las élites mexicanas, la intención del mandatario cubano era clara: desestabilizar al gobierno de Fox y tumbar a su Canciller, Jorge Castañeda, entonces némesis del régimen en la isla. Para ello era necesario provocar que el gobierno mexicano rompiera relaciones con Cuba. México no lo hizo pese a que esa opción fue puesta en la mesa por un altísimo funcionario de la Cancillería, el más cercano política y emotivamente al régimen cubano.
Diplomático de carrera por 30 años, ex-embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos.
@amb_lomonaco