El humor de la comunidad internacional ha dado varios vuelcos desde el inicio de la guerra entre Israel y Hamás. La solidaridad con Israel y su pueblo fue inmediata ante los abobinables ataques del grupo terrorista, la muerte de miles de inocentes, la tortura, el abuso sexual y el secuestro cientos de inocentes. La mayoría reconoció el derecho de Israel a defenderse y responder. Sin embargo, la respuesta israelí, desproporcionada y, sobre todo, indiscriminada en contra de la población civil transformó, en el imaginario mundial, un conflicto contra Hamás en una guerra contra Palestina. La polarización que dividió al mundo en los 70´s se instaló de nuevo, con unos justificando ciegamente a Israel, unos cuantos a Hamás y el resto restregando los años de abusos israelíes en territorios palestinos ocupados y empujando el reconocimiento de Palestina.
Como muchos ejércitos, el israelí es conocido por su brutalidad. Sin embargo, se ha comenzado a generar la convicción de que esta vez ha sido mucho peor. A pesar de que ecos de la guerra fría marcan los alineamientos en Occidente (la “izquierda" con Palestina y la “derecha” con Israel), cada vez más países condenan los ataques israelís contra hospitales y escuelas, el desplazamiento forzado de la población civil, las terribles condiciones de salubridad y el hambre que sufre el pueblo gazatí ante el cerco militar impuesto por Israel. Los organismos internacionales no se han quedado atrás. El Secretario General de la ONU ha sido muy crítico de Israel, la Corte Internacional de Justicia ha otorgado medidas cautelares y el Consejo de Seguridad de la ONU ha logrado superar el veto estadounidense y finalmente ordenado un cese al fuego que, a pesar de ser obligatorio, ha sido ignorado.
EU siempre ha sido el fiel de la balanza en la modulación de las acciones y reacciones israelíes en Palestina. Hoy, sin embrago, el gobierno estadounidense está entre la espada y la pared. Por un lado, el anuncio de “exterminar a Hamás” y controlar Gaza colocó a los operativos israelíes bajo el microscopio de la comunidad internacional. Por el otro, la campaña presidencial en EU obliga a Biden a caminar una línea muy delgada para defender a su aliado a satisfacción de la poderosa comunidad judía en ese país, al tiempo de no indignar de más a sectores más progresistas. Las criticas y demandas estadounidenses de moderación han ido subiendo de tono hasta hablar de errores de Israel y condicionar el suministro de armas al ejército israelí al trato y protección de la población civil. Netanyahu ha colocado a sus aliados, las comunidades judías alrededor del mundo y su propia población en una posición imposible, en la que su lealtad al Estado de Israel es puesta a prueba frente a la crueldad en Gaza.
Israel se había quedado más solo que nunca cuando la crisis en Medio Oriente dio un preocupante giro con el ataque iraní a Israel en respuesta a una agresión israelí al consulado de Irán en Damasco. El mundo contiene la respiración mientras la presión internacional evita que las escaramuzas entre ambos países se conviertan en un conflicto armado regional. Israel vuelve a ser víctima y ha recuperado, por ahora, parte de la solidaridad perdida. Pero Bibi Netanyahu sigue atrapado. La oposición doméstica es cada vez más vociferante y exige elecciones anticipadas. Preocupado por su debilidad política y sus problemas con la justicia, los ataques de Hamas y ahora de Irán le han venido como anillo al dedo. Optó por una respuesta brutal para mostrar fuerza y generar unidad. Sin embargo, sabe muy bien que el fin de la guerra será el final de su mandato, a menos que algo extraordinario ocurra. Sabe que tendrá que rendir cuentas internacionales por crímenes de guerra y, más grave aún para un nacionalista como él, cuentas domésticas por los casos de corrupción y por el manejo de conflicto. Aliado de Trump, Bibi tiene todos los incentivos para prolongar la guerra lo más posible, aún a costa de los rehenes, la violencia y la muerte.
Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos
@amb_lomonaco