A pesar de haberse comprometido con Biden, el presidente López Obrador anunció que no participará en la reunión de líderes APEC de noviembre próximo en San Francisco. Tras el fallido intento de boicotear la Cumbre de las Américas, el pretexto en esta ocasión es la invitación a Perú, país con el que, de acuerdo con López Obrador, “no tenemos relaciones”, lo que es falso. Apenas hace unas semanas el presidente faltó de nuevo a la Asamblea General de Naciones Unidas y, días antes, a la última Cumbre del G20 celebrada en India. En lugar de viajar a Nueva Delhi, López Obrador prefirió asistir a una conferencia a nivel de ministros sobre el problema de las drogas, convocada por Colombia, en la que, aparte del anfitrión, ningún otro jefe de Estado participó.

Dado el nivel de la reunión en Cali, López Obrador solo pudo participar en las sesiones protocolarias con monólogos en los que presumió, con mucho descaro, “la exitosa experiencia” de su gestión en el combate a las drogas. En sus discursos, los mandatarios colombiano y mexicano trataron de deslindar a sus respectivos gobiernos del “problema de las drogas”; Petro responsabilizó a EU (“sin demanda no hay oferta”), en tanto que López Obrador lo hizo con la familia, que debe ofrecer amor y “contrarrestar el lujo barato”. La conferencia acordó un documento final que refleja las divisiones en la región, lleno de generalidades, muy ambiguo y a veces contradictorio, que reafirma la prohibición (“afectar el tráfico ilícito de drogas”) al tiempo de proponer una reflexión “encaminada a explorar vías tangibles e innovadoras”. Horas después, en Santiago de Chile, el presidente no pudo evitar hablar de sí mismo, como de costumbre, al homenajear a Salvador Allende.

En contraste, Nueva Delhi fue el epicentro de tensiones, acuerdos y desacuerdos geopolíticos de impacto mundial. Los líderes de las principales economías del mundo trazaron en un par de días los derroteros, colectivos o unilaterales, positivos y negativos, que tomará el mundo durante los próximos meses o años. México tenía pleno derecho a participar con su jefe de Estado y no tenía porqué conformarse con observar a través de una secretaria de Estado (ni siquiera la canciller) con acceso limitado a las discusiones más delicadas y a los acuerdos de fondo. Pero así lo hizo y perdió una gran oportunidad para entender qué pasa más allá de Tabasco y salirse de su burbuja de tiempo y espacio.

La participación de jefes de Estado y de gobierno en cumbres es delegable solo de manera puntual y extraordinaria. En el caso de López Obrador, en cambio, se ha vuelto la regla. Desde el arranque de esta administración, el presidente ha estado ausente de todos los encuentros internacionales en los que se espera la participación de un mandatario mexicano. Más aún, López Obrador también ha estado ausente de los foros hemisféricos e iberoamericanos, con excepción de las reuniones celebradas en nuestro país.

No se limita a reuniones multilaterales. La aversión del presidente a hacer visitas bilaterales -más allá de unas cuantas muy cortas y acotadas a EU y a sus amigos en la región- ha coartado oportunidades de inversión, cooperación internacional y alianzas estratégicas con el resto del mundo. Y en un ámbito como el de la diplomacia, en el que la reciprocidad es la base de las relaciones y los acuerdos, su desinterés por el mundo ha propiciado desinterés de otros mandatarios por México, como demuestra la abrupta caída de visitas de dignatarios extranjeros a nuestro país durante este gobierno. Todo indica que así continuará hasta el final de su sexenio.

Se especula mucho sobre las razones detrás de las resistencias de López Obrador a relacionarse con el mundo. Unos hablan de edad, salud o la irónica falta de un avión presidencial para largos trayectos. Otros apuntan ignorancia, desinterés, sesgos ideológicos, pánico escénico, incapacidad de diálogo, arrogancia o complejos. Sea lo que sea, su ausencia de los grandes encuentros internacionales y su indisposición a visitar otras latitudes han marginado a México de las grandes decisiones, han disminuido su influencia, dañado su prestigio y limitado las opciones de desarrollo para nuestro país.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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